Ir al contenido principal

Las memorias del capitán Carleton


The Military Memoirs of Capt. George Carleton aparecieron en Londres, en 1728, y narran las  aventuras de un capitán de ingenieros inglés, a las órdenes del conde de Peterborough, durante la Guerra de Sucesión española. Hay traducción de las mismas al castellano (Publicaciones de la Universidad de Alicante, 2002) y recientemente han sido traducidas al catalán por Jordi Ainaud (La Mansarda, 2013). Esta última edición incorpora el prólogo que escribió Walter Scott para la reedición de 1809.
Cuánto de realidad y cuánto de ficción hay en dichas memorias es responsabilidad de su verdadero autor, Daniel Defoe. Los grandes rasgos históricos relatados se nutren de los hechos descritos en diversas crónicas y testimonios contemporáneos, si bien otros pormenores son sin duda producto de la fértil imaginación del autor de Robinson Crusoe. La narración gana en interés en el momento en que Carleton se aleja de los episodios bélicos (entre los que destaca la descripción de la toma del castillo de Montjuïc) y se adentra en aspectos costumbristas de los diferentes pueblos -Valencia, Cataluña, La Mancha, Madrid y el País Vasco- que va atravesando.
Así, alaba la belleza de las mujeres valencianas, describe las inevitables corridas de toros, la suciedad de las calles ("No es recomendable rondar por las calles a primera hora de la mañana, porque, como no tienen escusados, tiran los excrementos justo en medio de la calle"), sufre una plaga de langostas, visita El Escorial ( "el edificio es la cosa más magnífica que haya visto o imaginado nunca") y queda impresionado por la majestuosidad de la montaña de Montserrat, con su monasterio y sus ermitas.
Como buen protestante Carleton es crítico con las manifestaciones externas de la religiosidad peninsular, con sus procesiones de flagelantes y los intrusivos toques de ángelus ("Las horas de ángelus son las ocho y las doce de la mañana y las seis de la tarde ...Cuando oyes tocar el ángelus has de arrodillarte allí mismo, hagas lo que hagas... Es tan público y notorio que incluso en los teatros, en plena representación, cuando suena la primera campanada los actores interrumpen el diálogo...").

Comentarios

Entradas populares

Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra