Era un hombre extraño. Delgado como una vara de mimbre, lo que le hacía más alto de lo que en realidad era, con los ojos hundidos en un rostro severo e inamistoso. Su nariz recordaba el pico de un tucán. Los labios, finos y afilados. El cabello, débil y escaso. Todo en él daba la sensación de ferocidad. Como si ocultara extraños resentimientos que le hacían más impresionante y escurridizo que una serpiente mocasín. (Robert Keating, Operación suicida . Ediciones Toray, 1967).