Llegamos al diván, y cuando me disponía a soltarla sobre él ella se aferró a mi cuello y sugirió: -Aquí no, Harry. En mi dormitorio rosa. -¿En tu qué ? -Mi dormitorio. Es todo rosa y blanco. -¿Y dónde está ese Edén? -Ahí... al otro lado del diván... esa puerta blanca. Caminé como en sueños, con ella en brazos. Imaginé una gran cama blanca y rosa, y ella tendida en el centro. Me entraron unas prisas endiabladas por llegar. Abrí casi a puntapiés. Ella musitó: -La luz... a tu izquierda. Tanteé la pared, encendí la luz y di un paso al frente. Sólo que me detuve en seco. Realmente, el dormitorio era rosa y blanco. Pero también era rojo. ¡Cristo! La sangre es roja, y había sangre por todas partes, y algo parecido a un cuerpo humano esparcido por toda la cama. (Burton Hare, Dorada sombra de muerte . Bruguera, 1978).