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Mostrando entradas de junio, 2008

Melville

La primera visita de Charles Lyell a Estados Unidos tuvo lugar en 1841 y duró varios meses. El geólogo escocés, elevado a la fama por sus Principles of Geology , recorrió el país visitando algunos puntos de interés geológico, tales como las cataratas del Niágara o los yacimientos de carbón de Pennsylvania. Vio la edición bostoniana de sus Elements of Geology y dictó conferencias ante un numerosísimo público. Lyell volvería a Estados Unidos en 1845, siendo de nuevo agasajado por las elites científicas y aclamado por un público ávido de conocimientos geológicos. Un ejemplo: en una conferencia en el teatro Odeon de Boston entraron 2.300 personas -todo el aforo- y aún se quedó gente fuera. Es probable que, a su paso por Nueva York, asistiera a alguna de sus conferencias Herman Melville. Lo cierto es que no se suele pensar en el autor de Moby Dick cuando se trata de citar a escritores interesados por la geología. Sin embargo, referencias geológicas salpican de vez en cuando sus obras. En

Semifinales

Finalmente se rompió el maleficio de Italia y la selección española ya está en semifinales. Hemos dejado atrás a Dostoievkski ("Humillados y ofendidos") y seguimos aferrados a Dickens ("Grandes esperanzas"). Ahora toca Rusia y no hay que hacer el juego a Faulkner ("El ruido y la furia"). Presiento que vamos camino de Homero ("La Odisea"). Pero ojo, no caigamos en la euforia porque Budd Schulberg ("Más dura será la caída") acecha.

Casiano de Prado

En diciembre de 1835 el ingeniero de minas Casiano de Prado y Vallo (1797-1866) fue nombrado inspector del distrito de Aragón y Cataluña, fijando su destino en Tarragona. Durante su estancia, que duraría casi cinco años, Prado colaboró en periódicos locales y revistas, dando rienda suelta a sus inquietudes literarias. Antes, había dado a la luz un opúsculo, Vindicación de la Geología , en el que hace un ferviente alegato de los estudios geológicos, exhibiendo una nada desdeñable vena retórica de corte clásico, con pasajes como : “Pero nada es más cierto: esas deliciosas campiñas, esos valles amenos y apacibles, en que tal vez Teócrito, Gesner, Garcilaso vagaban en dulce olvido entregados a todas las ilusiones de felicidad, allá algún día fueron teatro de devastación, de espanto y de ruina…” Prado había hecho sus pinitos en poesía mientras estudiaba en Madrid y frecuentaba tertulias literarias. Uno de sus artículos, publicado en el madrileño Observatorio Pintoresco , se titula “Baco en

Borchardt

Rudolf Borchardt, nacido en Königsberg en 1877, en el seno de una familia judía, y muerto en 1945 en Trins (Tirol) tras ser capturado por los nazis en el puesto fronterizo de Brennero, es uno de estos autores alemanes oscurecidos por la sombra de los titanes de su tiempo. Sin embargo, la edición de sus obras completas –poesía, ensayo, drama, narrativa- abarca no menos de quince tomos. Una de sus piezas más conocidas es Der leidenschaftliche Gärtner (El jardinero apasionado), casi trescientas páginas dedicadas a celebrar las “bodas de la Botánica y el Imaginario”. Borchardt empezó su carrera literaria bajo la influencia de autores ingleses esteticistas como Walter Pater o Swinburne, lo que motivó que su amigo Hugo von Hoffmansthal le calificase de “anglómano”. Sin embargo, su gran pasión fue Italia, en la que vivió treinta años, casi siempre en la Toscana y en torno a Lucca. Pocos autores alemanes han logrado penetrar tan hondo en el genius loci , de Italia como Borchardt. No es de ext

Ideas y emociones

Un libro que valga la pena leer ha de transmitirnos, o despertarnos, una de estas dos cosas: ideas o emociones. Y las dos, si no es pedir demasiado. O tal vez la mezcla estropearía el libro, porque la literatura es una cuestión de establecerse unos límites y tener mucho respeto por las proporciones. Sobre los libros que contienen ideas solo puedo exponer este deseo: que las ideas se entiendan (…) Las ideas y las emociones son compatibles en un mismo libro, naturalmente. Pero hay una diferencia de origen. Las ideas las tiene que poner el autor, aunque a partir de aquí el lector las pueda tener por su cuenta. En los libros que contienen emociones, en cambio, las posibles emociones del autor no tienen que verse, o verse lo menos posible. De modo que, más exactamente tendría que hablarse de libros que “contienen” ideas y de otros –o los mismos- que “provocan” emociones. (De El meu ofici , de Josep M. Espinàs, 2008)

Bob Anderson

La prensa trajo hace unos días el fallecimiento del actor Bob Anderson. El nombre no decía mucho, porque no era un estrella ni nunca lo fue. Se le recordará, sin embargo, por su pequeño papel en ¡Qué bello es vivir! (It's a Wonderful Life, 1946) de Frank Capra. En esta película hacía de George Bailey niño. De mayor el personaje lo hacía el protagonista, James Stewart. El azar ha querido que días antes de conocer la noticia viese en televisión otra película, Ruthless (1948) de Edgar G. Ulmer. En ella aparecía Bob Anderson haciendo también el papel del protagonista, Horace Vendig (de adulto Zachary Scott), cuando era niño. En una escena de la película el padre de Horace, interpretado por Raymond Burr, le aconseja a su hijo en la ficción: "Nunca dejes escapar una oportunidad". No sé si Bob Anderson, en la vida real, supo aprovechar las oportunidades. En el cine, tras un comienzo prometedor como actor infantil, la carrera de Bob Anderson no despegó y debió de conformarse co

Stegner

Hace años leí una novela titulada Una estrella fugaz . Borrada su trama con el paso del tiempo, permanecen sin embargo vivas en mi memoria una imagen y un detalle. La imagen es la de una mujer joven –la protagonista- con un vestido estampado, sujetando con fuerza un bolso blanco de verano, sola en medio de un desierto cubierto de desperdicios. El detalle hace referencia a los nombres de tres lugares “excitantes y remotos” con los que sueña la mujer en su atolondrada huída hacia ninguna parte: Sao Paulo, las islas griegas y Andorra. El autor de dicha novela es Wallace Stegner (1909-1993), escritor norteamericano de narraciones, ensayos y biografías, entre ellas dos dedicadas a sendos geólogos: Beyond the Hundreth Meridian: John Wesley Powell and the Second Opening of the West (1954) y Clarence Dutton: An Appraisal (1935). El mayor John Wesley Powell (1834-1902) luchó en la Guerra Civil y perdió el brazo derecho en la batalla de Shiloh. Fue profesor de Geología en Illinois y entre 18

Dino Risi

Cuando se estrenó La escapada (Il sorpasso, 1962), dirigida por el recientemente fallecido Dino Risi, me gustó tanto que a la semana siguiente volví a verla. Luego, cuando la repusieron en los cines, a principios de los setenta, la fui a ver otra vez. Las correrías en coche -un Lancia Aurelia descapotable-, en pleno ferragosto , del apocado estudiante Roberto (Jean-Louis Trintignant) y el simpático caradura Bruno Cortona (Vittorio Gassman), con las canciones de Peppino di Capri y Edoardo Vianello como fondo musical, tenían un encanto especial. Los diálogos, de Ettore Escola y Ruggero Maccari, sin desperdicio. Además, también salía Catherine Spaak, de la que era fácil enamorarse. Ahora, después de muchos años, he vuelto a ver La escapada en DVD y he disfrutado y me ha divertido y dejado pensativo, en una mezcla de agridulce recuerdo. Aquellos eran los tiempos del guateque y del twist, y yo era muy joven e ingenuo entonces. En un momento de la película, Roberto, después de visitar la

De Dickens a Dostoievski

Empezó la Eurocopa de Fútbol. Como suele decir mi amigo y colega Juan Luis Martínez Álvarez en estas ocasiones, España va de Dickens a Dostoievski; o sea, de "Grandes esperanzas" a "Humillados y ofendidos". Esperemos que esta vez pasen antes por Kafka ("La metamorfosis"), aunque me temo que al final acabemos como siempre, en Laforet ("Nada").

Misterio y maneras

En el último número de la revista El súmmum –gracias, Miguel Barrero, por el envío- podemos encontrar una excelente entrevista de Jaime Priede a Ricardo Menéndez Salmón. Preguntado por sus autores de relatos preferidos, el autor de La ofensa menciona, entre otros, a Flannery O’Connor, “narradora extraordinaria cuyo descubrimiento supuso para mí un hito…” He de decir que comparto la admiración por la escritora sureña, autora de maravillosos relatos cortos, como esta pequeña obra maestra que es “Una buena persona es difícil de encontrar”, en el que un fugado de la prisión personifica el mal, un tema recurrente también en el escritor asturiano. En uno de los ensayos incluido en el libro Mystery and Manners (1969) (hay traducción española, Ediciones Encuentro, 2007), Flannery O'Connor dice: “La narrativa resulta de dos cualidades. Una es el sentido del misterio; la otra, el sentido de las maneras, las maneras se obtienen de la textura de la existencia que nos rodea.” Y en otra parte

Balzac

En febrero de 1830 hubo en la Academia de Ciencias de París un notorio encontronazo entre el zoólogo Étienne Geoffroy Saint-Hilaire, especialista en cocodrilos, y el afamado paleontólogo, experto en anatomía comparada, Georges Cuvier. El lamarckiano Geoffroy abrió las hostilidades atacando el concepto fijista de las especies defendido por el barón de Cuvier, y éste respondió con arrogancia en contra de las ideas propugnadas por Geoffroy. El debate continuó en los meses posteriores, con ataques mutuos cada vez más subidos de tono, hasta el punto de llegar a la descalificación personal. Cuvier estaba agradecido a Geoffroy por haberle avalado en los inicios de su fulgurante carrera, pero sintiéndose atacado injustamente no tuvo reparo alguno en emplear munición de grueso calibre. La disputa se convirtió en una de las controversias científicas más sonadas de la época, trascendiendo el ámbito académico e interesando al gran público. Un año más tarde, Honoré de Balzac publicaba la novela La