Hay el arado, amarillento, con un amarillo de hueso y hay el cráneo del asno entre la broza tierna y hay una lejanía de sábanas secándose: hay una barca en la arena, hay otras cosas, Françoise. Hay huellas también, espaciadas y graves, hay la señal de unas nalgas alegres y pequeñas, y la soledad, Françoise, más soledad todavía. Hay también la cama metálica, hay la habitación por horas, hay la virgen con unos ojos grandes por el pánico, y desnuda, en un rincón, viendo avanzar al hombre: hay la virtud, Françoise, y la virginidad, y el invierno, en la playa, y hay los cristales, sucios, y hay las sábanas grasientas, rasgadas con las uñas, y hay los barcos, Françoise, con nombres prestigiosos, en el agua lenta y triste y oleaginosa del puerto. Hay dos barcos daneses cargando mandarina. Voy haciendo el triste catálogo, mi nocturno catálogo de estupros, de adulterios, de violaciones, entre el crujir de las camas y el crujir de los ataúdes, la agitación de la pluma sobre el papel gordísimo, y