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Mostrando entradas de marzo, 2021

Cuba, Semana Santa, 1960

Bohemia , fundada por Miguel Ángel Quevedo Perez en La Habana en 1908, fue a lo largo del siglo XX una de las más populares y leídas revistas cubanas. En enero de 1959, siendo su director Miguel Ángel Quevedo y de la Lastra, hijo del fundador, el semanario ilustrado lanzó un número especial de exaltación de la Revolución (la llamada "edición de la libertad"), con la imagen en portada de un triunfante Fidel Castro, que alcanzó la fabulosa tirada de un millón de ejemplares.   Al año siguiente el número correspondiente al 17 de abril de 1960 cayó en plena Semana Santa, por lo que la revista se hizo eco de esta celebración cristiana, de gran raigambre entre la población. La portada que ilustra dicho ejemplar alude al Viernes Santo y es una representación de Cristo crucificado. No lleva firma, pero a partir de algunos trazos pictóricos podría atribuirse su autoría al mismo artista que ilustró la portada en "honor y gloria al héroe nacional".     La revista dedica una doc

Deslocalización del cerebro

  "Tienes el cerebro en la pistolera." (Charles Bronson a Randolph Scott en El vigilante de la diligencia , 1954, de André de Toth. Guion de Thomas W. Blackburn y Kenneth Perkins).  

Un poema de Roy Fuller

                                     ENERO 1940   Swift sentía punzadas en la cabeza.  Johnson, agonizando en su cama, se sangró él mismo la hidropesía. Blake vio una pulga y un elfo. Tennyson podía oir el chillido de un murciélago. Pope era un engendro. Emiliy Dickinson se encerró en su casa una década. El agua hinchó el vientre de Hart Crane, y de Shelley. Coleridge era un drogata. Southwell murió en la horca. Byron tenía un pie blanco redondo. Smart y Cowper fueron internados. Lawrence era un pelmazo. Keats era casi un enano. Donne, vivo en su mortaja, Shakespeare, enrollado en una nube, vieron venir muy bien la muerte como un cangrejo, oscura y compacta. Envidio no solo sus talentos y la fértil falta de equilibrio sino también la apariencia de elección en sus tristes y fatídicas voces.   (Roy Fuller, 1912-1991. Collected Poems, 1936-1961 . Andre Deutsch, 1962. Traducción: J.O.)      

Disquisición petro-poética

  En una entrada de hace trece años años (sí, lo sé, el tiempo vuela), dedicada al famoso poema de W. H. Auden "In Praise of Limestone", divagué acerca de las posibilidades de traducción al español del término petrológico limestone . El azar ha hecho coincidir recientemente dos libros de Auden con sendas versiones al castellano de dicho poema: Elogio de la piedra caliza , de Andreu Jaume (Acantilado, 2021) y "Elogio de la caliza" en Cuarenta poemas, de Jordi Doce (Galaxia Gutenberg, 2020). Como puede observarse sigue habiendo disparidad a la hora de traducir limestone . ¿Caliza? ¿Piedra caliza? Aunque ambas traducciones son aceptables, creo que el término "caliza" es el más apropiado y preciso, al menos desde el punto de vista geológico. Así, pues, me quedo con la versión de mi amigo Doce. Ahora bien, en el poema de Auden la palabra "caliza" aparece dos veces, en el título y al final del poema (" limestone landscape" ). Jaume, en coher

Depósito de cadáveres

  De momento, a Ana le dio la impresión de haber entrado en un museo de figuras de cera. Los muertos se alineaban tumbados en el suelo, formando hileras. Un olor penetrante, a fenol quizá, mezclado con algo acre y dulzón, hacía el ambiente tan irrespirable que tuvo que sacarse la bufanda y taparse la boca. Le escocían la nariz y los ojos. Avanzó como en una pesadilla. Sobre la carne cerúlea, las manchas de sangre secas parecían chafarrinones de pintura. No pudo contar los cadáveres. Pasaban de cien. Se detuvo junto a una muchacha muy joven. Era rubia y sus labios estaban a medio pintar, como si la muerte la hubiera sorprendido en un último acto de coquetería. Tenía los ojos muy abiertos, con expresión de horror. A su lado yacía un carabinero. De la guerrera sólo había tenido tiempo de meterse una manga y llevaba las zapatillas con el talón fuera. Las sirenas debieron de despertarle y salió precipitadamente hacia el refugio. Un compañero de Cuerpo se le acercó para identificarlo o quizá

Detrás de Mark Sten

  Mark Sten tuvo un paso fugaz por la novela del oeste (tan solo dos años, en 1986 y 1987), pero dejó su huella. Los bolsilibros de Sten se publicaron en la colección "Diligencia", de la Editorial Astri de Barcelona. Su nombre no suele figurar entre los autores más conocidos de este subgénero y sus libros no son fáciles de encontrar. Hace poco, sin embargo, tuve la suerte de encontrar uno de ellos: Más allá del terror y la muerte (1986). Como en casi todos los relatos del "salvaje" oeste en esta obra abundan los tópicos y los pasajes violentos. Hay frases sentenciosas ( "Todavía tiras bastante mal. Cada vez que desenfundas, te veo muerto" ) y algún que otro diálogo romántico entre amantes arrobados: Ella: ¿Te sientes solo en Walsen City? Él: Aquí no tengo estrellas que mirar. Ella: ¿Estás seguro? Mírame a los ojos.  Pero lo que más me sorprendió fue el carácter de las escenas netamente eróticas. Si en la mayoría de westerns estas situaciones se resuel

Gas letal

  El gas sopló directo hacia la colina desde la cual Haber, montado a caballo, dirigía a sus tropas. Fritz se salvó de milagro, pero uno de sus ayudantes no pudo escapar de la nube tóxica; Clara lo vio morir en el suelo, retorciéndose como si hubiera sido invadido por un ejército de hormigas hambrientas. Cuando Haber regresó victorioso de la masacre de Ypres, Clara lo acusó de haber pervertido la ciencia al crear un método para exterminar humanos a escala industrial, pero Fritz la ignoró por completo: para él, la guerra era la guerra y la muerte era la muerte, fuera cual fuera el medio de infligirla. Aprovechó su permiso de dos días para invitar a todos sus amigos a una fiesta que duró hasta la madrugada, al final de la cual su mujer bajó al jardín, se quitó los zapatos y se disparó en el pecho con el revólver de servicio de su marido. Murió desangrada, en los brazos de su hijo de trece años, quien corrió escaleras abajo al escuchar el balazo. (Benjamín Labatut, Un verdor terrible . An