William Sansom (1912-1976) El segundo toro había salido ya al ruedo y comenzaba el mismo ritual de siempre. Los peones le incitaban con sus largas capas atrayéndole hacia el picador, sentado y gordo, en su caballo... Y Louise tuvo de pronto la impresión de que aquellos peones tuvieran algo de mujeres que con sus rojos delantales llamaban la atención de una cabra; sus monteras negras eran como si se hubiesen recogido el pelo en un moño y al contemplar más detenidamente sus medias rosas y doradas, le produjeron la misma impresión que unos criados de librea en un libro de cuentos infantiles. Una monstruosa comparación... Cogió del brazo a Michael para explicárselo y se lo estaba contando y riendo cuando el toro en su embestida derribó caballo y jinete y hundió vigorosamente sus cuernos en los intestinos del animal. Surgieron las entrañas, de color de rosa suave y azul. (William Sansom, Un macizo de rosas . Editorial Planeta, 1968. Traducción de Victor Scholz).