Un poema de Thoreau
LA CRECIDA
Hay un bullir en los montes de Worcester
y el río Pobscott también colma su valle.
Allí donde no había agua para llenar un cascabullo
en días de verano cuando el sol estaba en lo más alto,
ni cascabullo queda ahora por llenar.
Ojalá la luna entrase en conjunción
con la más extrema unción de la tierra seca,
hasta que se inundaran todos los diques y espigones
y la tierra entera quedara salpicada de islas,
para, por una vez, enseñarle a toda la humanidad,
tanto a los que aran como a los que muelen,
que nada fijo hay en la tierra
que, como la arena, todo es inestable.
(H. D. Thoreau, La rosa sanguínea. Edición bilingüe. Selección, traducción y prólogo de Carlos Jiménez Arribas, ilustrado a la acuarela por Esther Muntañola, Bartleby Editores, 2024).
Quizás debiera comenzar por el principio, esto es, confesando mi debilidad por Thoreau y el resto de los trascendentalistas (Emerson, Whitman, Dickinson...) Su proyecto de vida sublime, basado en la búsqueda de una relación original con el universo, es el mío.
ResponderEliminarEn una época maldita, en la que la identidad humana ha dejado de estar determinada y por lo que uno hace y es ahora definida por lo que uno posee; cuando desde todas las instancias somos impelidos a contentarnos con cochambrosos trabajos que nos llenen el estómago, a no asumir riesgos y a dejarnos llevar por un inhumano conformismo sin corazón las enseñanzas del grupo trascendentalista son sencillamente imprescindibles.
Thoreau en su época no se le entendió, pero en la nuestra es uno de los referentes ineludibles.
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