Lentitud


 

Con razón Milan Kundera, en su magnífico libro La lentitud, escribe: "Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo". A continuación explica que el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria, mientras que el grado de velocidad es directamente proporcional al del olvido, Es decir: incluso la impresión de dominar varios frentes, incluso la sensación de omnipotencia que la prisa nos proporciona, es ficticia. La prisa condena al olvido.

Pasamos por las cosas sin habitarlas, hablamos con los demás sin escucharlos, acumulamos información que no llegaremos a profundizar. Todo transcurre a un galope ruidoso, vehemente y efímero. Realmente, la velocidad a la que vivimos nos impide vivir. Una posible alternativa sería rescatar nuestra relación con el tiempo. Poco a poco, paso a paso. Eso no es posible sin una relajación interior. Justamente porque es enorme la presión para decidir, precisamos de una lentitud que nos proteja de las precipitaciones mecánicas, de los gestos ciegamente compulsivos, de las palabras repetidas y banales. Justamente porque nos vemos obligados a desdoblarnos y multiplicarnos, necesitamos reaprender el aquí y ahora de la presencia, necesitamos reaprender lo entero, lo intacto, lo concentrado, lo atento y lo uno.  

(José Tolentino de Mendonça, Pequeña teología de la lentitud. Traducción de Teresa Matarranz. Fragmenta Editorial, 2017).  

 

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