Federico Mediante
Entre los pocos autores que cultivaron la novela popular de "aventuras", en la primera mitad del siglo XX, destaca el hoy olvidado, como tantos otros, Federico Mediante Noceda. Nacido en Castropol (Asturias) en 1887 muy joven emigró a Argentina donde llevó una vida errante, adquiriendo experiencias que más tarde habrían de servirle para nutrir los temas de sus novelas. (Mediante fue sobre todo conocido por sus novelas de aventuras "gauchas", una de las cuales lleva el título de Centauros del desierto. Por cierto, ¿conocería esta obra quien utilizó este mismo título para la distribución en España de la célebre película de John Ford The Searchers? Curiosamente en Argentina esta película se llamó Más corazón que odio).
De retorno a España, Mediante Noceda se instaló en Madrid y se dedicó básicamente al periodismo, sin renunciar a otros quehaceres eventuales, como el de "explicador" de películas de cine mudo. (Así se llamaba entonces a la persona que se ponía al lado de la pantalla e iba comentando las imágenes). De ideas anarquistas, cuando estalló la guerra civil se refugió en Ribadeo (Galicia), donde un hermano suyo tenía un café-bar. Tras la guerra intensificó su producción literaria, dando a la luz, con su nombre o bajo pseudónimos, unas cien novelas, no solo de aventuras sino también policiacas y del oeste. Murió en Ribadeo en 1950.
En 1939 publicó Mediante en la editorial guipuzcoana Hymsa, dentro de la colección "La Novela Aventura" y con una atrayente cubierta de Baldrich, A orillas del Pilcomayo, ambientada en la región limítrofe entre Argentina y Paraguay. El protagonista, Ernesto Prat, emprende la búsqueda de su padre, desaparecido en alguna remota zona del Chaco cuando buscaba un tesoro enterrado en las ruinas de un antiguo templo. Parece una aventura de Indiana Jones, pero no llega a tanto. Le acompañan un japonés (que pasaba por allí) y un mono llamado "Pirata" que al final se lo zampa un yacaré. En realidad el asunto importa poco, pues de lo que se trata es de ofrecer al lector un repertorio, más bien cansino, de centenares de animales y plantas exóticas que pueblan la tupida selva, con sus correspondientes descripciones científicas extraídas de alguna enciclopedia de historia natural. Las situaciones son tópicas; las peripecias, previsibles; y las tribus de nativos que les salen al paso no se alejan lo más mínimo del consabido cliché.
Solo en algunas ocasiones alcanza la narración cierto vuelo en su prosa. Un ejemplo es cuando habla de los aterradores "árboles vampiros" y el autor deja entrever una clara inclinación por la prosa mórbida del modernismo:
La primera vez que el viajero tropieza con este pulpo botánico, con este espécimen vegetal que se llama "apuhiseiro", sufre el encanto y el terror que infunden los monstruos. Hay algo de fantástico en esa metamorfosis practicada con el sacrificio de otro ejemplar forestal. En las orlas ribereñas, húmedas y fofas, en donde las corrientes aéreas esparcen el polen fecundante y distribuyen las simientes germinadoras, se lo encuentra comúnmente (...) Al contemplar la asfixia del árbol, en la angustia de un lento suplicio, uno se siente sacudido por el espanto que provocan los tormentos singulares idealizados para que la lágrima se prolongue y el dolor no se detenga. La multitud epifítica de la selva en donde algunas especies se alargan o se recortan en el estelario florido de las cataleas moradas, tiene en el "ficus fagifolia" su más bello símbolo...
Che, "apuhiseiro" parece una palabra gallega. Y como además es una especie de pulpo... "apuhiseiro a feira".
ResponderEliminarEl dibujo del indígena con minifalda ya es otro cantar.
Muy bien traído... Puede ser un término brasileño, pero quién sabe.
ResponderEliminarNo es de extrañar que un ejemplar de la majestuosidad del Apuizeiro, típico de Amazonía y que en lengua Tupi significa "brazo fuerte" desate en la imaginación de Mediante los temores más infaustos que tienen su reflejo en esa elocuente prosa mórbida que invita a toda clase de supersticiones. Nada más lejos de la realidad. El Apuizeiro convive como simbionte (que no parásito) en el árbol que le da cobijo y únicamente en determinadas ocasiones su "abrazo" puede ocasionar la muerte del organismo vegetal que le hospeda. Normalmente ambas especies conviven en un mismo espacio sin perjudicarse y en una relación de mutua ayuda. Aprendamos del Apuizeiro a vivir en simbiosis con la Naturaleza, sin estrangularla.
ResponderEliminarO sea: el efecto "estrangulamiento" es muy seductor (literariamente), pero nada tiene que ver con la realidad.
ResponderEliminarEse carácter simbionte del apuizeiro (gracias, Leopold in Bloom) vale como metáfora sobre cómo deberían ser algunas relaciones entre las personas.
ResponderEliminarLa Naturaleza nos indica el camino.
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