Tiempos muertos
Roger Wolfe acaba de publicar Tiempos muertos (Huacanamo, S.L., Barcelona, 2009). Como dice el propio autor se trata de un volumen de "prosas mixtas". En esta ocasión reúne textos redactados entre 2003 y 2007, en un período en el que, según nota preliminar del autor, "el hombre que escribió estas páginas se encontraba entonces en el fondo de un hoyo, y no era capaz de dejar de cavar. "
Como dice Juan Miguel López Merino, en la contracubierta del libro: "Si por un lado estamos ante un libro de un intimismo descorazonador, por otro se trata de un libro que habla de lo verdaderamente importante para un individuo en nuestra sociedad, sin tapujos ni bozales ni miedo a la incorrección política." O sea: pura, honesta literatura.
He aquí un pequeño fragmento del libro, referido al oficio de escribir:
"Lo que me hace cierta gracia es que la gente piense que cuando uno se dedica a la escritura tenga que estar forzosamente en ello las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año.
La cosa no funciona así. Nunca ha funcionado así. Al menos en mi caso (...)
A veces no hay nada que decir. O sí lo hay, pero el momento no es el oportuno. Las pausas y los tiempos muertos son tan importantes como los períodos de producción. La expectación contemplativa y el silencio te ayudan a mantener abiertos los ojos y los oídos, para que se vaya filtrando por ellos el material. La escritura es una forma de mirar y una forma de escuchar. La escritura es una forma de estar en el mundo. Es decir: una forma de vivir, de respirar. Y de esperar.
Todo vale para alimentar la máquina. Un escritor está siempre trabajando. Lleva sus registros, sus archivos, su expediente mental. Hay cosas que usará conscientemente, y otras que cree olvidar, pero que aflorarán tarde o temprano en lo que escriba. El escritor desconoce el desperdicio. Su existencia es un ejercicio permanente de acaparamiento y reciclaje. Nada ni nadie puede considerarse ni perdido ni a salvo tras entrar en contacto con él. Para el escritor no existe la basura. Sólo existe el combustible."
Como dice Juan Miguel López Merino, en la contracubierta del libro: "Si por un lado estamos ante un libro de un intimismo descorazonador, por otro se trata de un libro que habla de lo verdaderamente importante para un individuo en nuestra sociedad, sin tapujos ni bozales ni miedo a la incorrección política." O sea: pura, honesta literatura.
He aquí un pequeño fragmento del libro, referido al oficio de escribir:
"Lo que me hace cierta gracia es que la gente piense que cuando uno se dedica a la escritura tenga que estar forzosamente en ello las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año.
La cosa no funciona así. Nunca ha funcionado así. Al menos en mi caso (...)
A veces no hay nada que decir. O sí lo hay, pero el momento no es el oportuno. Las pausas y los tiempos muertos son tan importantes como los períodos de producción. La expectación contemplativa y el silencio te ayudan a mantener abiertos los ojos y los oídos, para que se vaya filtrando por ellos el material. La escritura es una forma de mirar y una forma de escuchar. La escritura es una forma de estar en el mundo. Es decir: una forma de vivir, de respirar. Y de esperar.
Todo vale para alimentar la máquina. Un escritor está siempre trabajando. Lleva sus registros, sus archivos, su expediente mental. Hay cosas que usará conscientemente, y otras que cree olvidar, pero que aflorarán tarde o temprano en lo que escriba. El escritor desconoce el desperdicio. Su existencia es un ejercicio permanente de acaparamiento y reciclaje. Nada ni nadie puede considerarse ni perdido ni a salvo tras entrar en contacto con él. Para el escritor no existe la basura. Sólo existe el combustible."
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