Arte que flota
Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza. No importa si sus procedimientos y sus materiales evocan el fárrago o la mole. El gran arte siempre parece flotar, cosa tanto más sorprendente si se trata de objetos voluminosos: las catedrales góticas, como naves espaciales a punto de despegar; los párrafos de Rabelais y Cervantes; cualquier página de Onetti; las conversaciones diabólicas de Thomas Mann; la composición abisal de Velázquez; los edificios de Lina Bo Bardi. Obras pesadas pero que logran suspenderse en el aire, no sabemos si a pesar o a causa de su densidad. La ligereza, por tanto, como seña del gran arte. Dan ganas de soltar esta fórmula: si no flota, no es arte. Si se hunde, casi con toda seguridad, no será gran arte. El arte mediocre finge flotar o, incluso peor, hace todo lo posible por no elevarse, por verse grave y adoptar las muecas exteriores de aquello que antes ha sido identificado con el gran arte. Su marca es la imitación de todo lo que tiene un peso innecesario.
(Juan Cárdenas, La ligereza. Editorial Periférica, 2024).
Publicar un comentario
Publicar un comentario