Museo de senos
Aquel hombre sabía lo que se hacía y por esto su Museo llegó a alcanzar gran prestigio en la ciudad de Alcebate y los alrededores.
Tan original era el Museo que no pagaba impuestos; por otra parte no todo el mundo podía visitarlo. A la entrada se podía leer: "Reservado el derecho de admisión". En sus salas se admiraban los más hermosos y al mismo tiempo extraños senos de todo el país y de lugares no señalizados en los atlas de las escuelas. Muchos de los senos exhibidos habían sido traídos por el coleccionista de lejanas o ignoradas tierras. Se podían ver senos de múltiples tamaños y colores indescifrables. Al coleccionasenos le gustaban todos, pero siempre tenía cierta debilidad por aquellos que le cabían en el hueco de la palma de su mano. No le importaba que éstos fueran naturales de Alcebate, su deseo primordial era que tuvieran las medidas del hueco de su mano y a ser posible su color de un matiz desconocido.
Además, en el Museo existía una sala especial dedicada a sobar los senos más ilustres de la Historia Universal. Los tickes para entrar tenían precios verdaderamente altos, que no todos los visitantes podían adquirir. A pesar de esto muchas eran las personas, sobre todo mujeres ancianas, que adquirían billetes para visitar la sala especial del Museo.
(Antonio Beneyto, Los chicos salvajes. Ediciones Picazo, Barcelona, 1971).
Ciertamente; y aún a riesgo de herir algunas sensibilidades, sólo podría saludar con alborozo la proliferación de Senódromos en algunos puntos del planeta en éste preciso instante. De un modo quizá más sutil y no tan epatante, Roman Krznaric lleva años instalado a orillas del Támesis como si de un apocalíptico William Blake se tratara, con su museo de la empatía intentando facilitar la comprensión del "otro" en términos Todorovianos, poniéndose literalmente en sus zapatos.
ResponderEliminarIn "senódromo" a modo de gran instalación artística: una idea atractiva, aunque, me temo, "políticamente incorrecta".
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