¡Es la bomba!
Grace abrió la boca, pero la volvió a cerrar porque los ojos entrecerrados del detective indicaban que su cerebro hervía intensamente.
Para comprobar el grado de aislamiento que inundaba a Johnny, Grace se sentó sobre sus rodillas y lo besó un par de veces en los labios. Le gustaba experimentar las respuestas eróticas de los hombres.
No vio reacciones y lo palmeó en el rostro.
-Vuelve en sí, querido -susurró ella.
Y justo entonces ocurrió la explosión.
Un trueno ensordecedor conmovió el edificio hasta el sótano.
La puerta del despacho se abrió con violencia.
Entró una onda expansiva que empujó a la pareja sentada en el mullido sillón.
Como éste era de ruedas, ambos viajaron a velocidad meteórica a lo largo del despacho, uno sobre el otro.
El improvisado vehículo entró en el cuarto de dormir y Johnny y Grace saltaron al tropezar con el borde de la cama donde quedaron revueltos.
-Infiernos -exclamó Johnny-, ¿es así cómo te insinúas?
-¡Ha sido una bomba! -gritó Grace, aterrada.
(Rocco Laser, Cuatro damas y un sabueso, Bruguera, 1983).
Había que meterlos en la cama, que sufrieran una explosión y que Johnny dijese algo gracioso que, a la vez, manifieste su valentía y frialdad ante el peligro. Y ahí está el escritor poniendo todo eso en la misma escena.
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