Suave ludir


 

Y así permanecía, sentado a mi escritorio, con el oído aguzado, esperando oir en cualquier instante el suave ludir de una llave en la cerradura. Y yo sabía que cuando tal cosa sucediera, me iba a encontrar frente a frente al hombre que hallara el método de fabricar monstruos, pero también tenía la certeza de que era la última persona que iba a ver en el mundo. 

(Luis de la Puente, El enigma de los gorilas. Acme Agency, Buenos Aires, 1953).

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