En torno a la membrana de Copperfield (una divagación dickensiana)

Entre las muchas cualidades narrativas de Dickens destaca su destreza para describir tanto los grandes escenarios históricos como los pormenores cotidianos. De lo primero hay numerosas muestras en sus novelas, baste citar como epítome el célebre inicio de Historia de dos ciudades. En cuanto a lo segundo los ejemplos son incontables, pues en la inserción de inesperados detalles, aparentemente superfluos, radica sin duda uno de los grandes aciertos –y encantos- del autor inglés. Que David Copperfield es una de sus novelas más redondas y representativas parece bastante claro; que sea la mejor, es materia opinable. En cualquier caso la habilidad descriptiva para las pequeñas cosas adquiere en esta novela uno de sus mejores logros. Ya en el capítulo primero, cuando se narra el nacimiento del héroe, nos sorprende con un detalle singular. Como recordarán los lectores, se nos dice que el protagonista nace envuelto en una “membrana” (caul, en el original inglés); algo que, sin más explicaciones, puede resultar un tanto esotérico. Las ediciones anotadas suelen aclarar que se trata del amnios, es decir, la membrana más interna que envuelve al feto y con la que en ocasiones aparece revestido el recién nacido. Dicha tela, según la tradición popular de la época, traía buena suerte, pues se suponía que, entre otras virtudes, protegía a su propietario de morir ahogado.
La primera vez que leí David Copperfield no pude darme cuenta de este detalle porque simplemente el párrafo en el que viene había sido suprimido. Se trataba de una edición abreviada, en principio dedicada al público infantil y juvenil. La sorpresa surgió la segunda vez que leí la novela, esta vez sí, íntegra. Era la edición publicada por la editorial Iberia en 1943, con traducción de Juan G. de Luaces. Allí aparecía la palabra caul traducida como “barquilla”. En ninguno de los diccionarios de la lengua castellana que consulté en su momento pude dar con la palabra barquilla aplicada a dicha circunstancia. Tampoco las pesquisas posteriores dieron su fruto. Juan G. de Luaces fue un traductor fecundo, hijo del escritor y traductor asturiano Edmundo González Blanco, que trabajó sobre todo para el editor José Janés en los años cuarenta y cincuenta. En sus buenos tiempos adquirió fama, entre sus compañeros de trabajo, por su velocidad –pasaba directamente sus traducciones a la máquina de escribir, sin apenas correcciones- y por su inveterado hábito de ingerir amer Picon. ¿Se inventaría Luaces la palabra “barquilla”? Tal vez. Lo cierto es que para mí continúa siendo un misterio el empleo de esta palabra. Más tarde, cada vez que caía en mis manos una versión, antigua o nueva, de David Copperfield lo primero que hacía era ir al primer capítulo para ver cómo el traductor había sorteado el vocablo de marras. Así me fui encontrando con una gran variedad de términos más o menos alusivos que en muchos casos, antes que aclarar el concepto, lo que hacían era complicarlo aún más. Las traducciones oscilaban entre las de menor compromiso a las más atrevidas. Así, Carmen Abreu de Peña, en la edición de Espasa Calpe de 1924, se limita a hablar de “membrana”, sin más especificaciones, lo que deja la cosa demasiado abierta a todo tipo de especulaciones. En el otro lado están los que prefieren algún tecnicismo médico del estilo de epiplón u omento, aún a riesgo de errar, pues ni uno ni otro término corresponden en rigor a lo que Dickens quiso decirnos. (Según la Onomatologia Anatomica Nova, de Juan José Barcia Goyanes, tanto epiplón como omento o redaño se refieren a repliegues del peritoneo; y en este sentido nos advierte el médico madrileño Martín Martínez en su docta Anatomía completa del hombre, 1728, que “suelen suceder muy frecuentemente hernias en las ingles o escroto, por salirse el omento a los intestinos”). Otros traductores se inclinan por vocablos de corte más popular, como es el caso de Josep Carner, que nos ofrece, en catalán, tela saginera; o el de aquel otro -lamento no recordar su nombre- que nos propone el curioso artefacto “cofia fetal”. Más recientemente, en la meritoria versión de David Copperfield dispensada por Alba (2003), la traductora Matilde Salis opta por la aséptica expresión “membrana amniótica”. Curiosamente, sin embargo, nunca he visto empleada la castiza palabra “zurrón” que, a mi parecer, se adapta perfectamente a lo expresado por Dickens. En efecto, según el Diccionario de la Real Academia Española, zurrón significa, en su cuarta acepción: “Bolsa formada por las membranas que envuelven el feto y contienen a la vez el líquido que le rodea”.
A todo esto, alguien puede estar preguntándose: ¿Pero tiene esto alguna relevancia a la hora de valorar una traducción? Sinceramente, ninguna. En realidad no deja de ser una disquisición sin importancia, un pasatiempo inofensivo como otros muchos; solo que sin ellos, la literatura sería quizás un poco menos entretenida. Futesas al margen, Dickens es tan genial escritor y su prosa tan sólida que resiste todo tipo de acometidas. Al fin y al cabo estamos hablando de un autor excepcional que, en palabras del crítico W. H. Henley, será recordado como alguien que con sus libros hizo más para hacer felices a sus lectores que cualquier otro escritor de su tiempo. Y esto sí que es importante.

(Inicialmente publicado en la revista Platero, noviembre de 2005)

Comentarios

(3)
  1. Hola, me interesaría saber dónde puedo obtener información acerca del traductor Juan G. Luaces. Este es mi correo: chioinlove@gmail.com.Gracias.

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  2. Gracias por escribir estas notas.me referiré a la palabra zurrón, mebrana,.... Yo nací en zurrón, desde niña escuché esa palabra y no otra a los niños que nacen en una bolsa cerrada, lo de la creencia popular sobre la suerte creo que nuestros días todos están en las manos de Dios, y el me ha hecho muy afortunada a pesar de padecer la poliomielitis cuando apenas tenía dos años, he confiado en El y realmente disfruto la vida junto a mis dos hijos, mis cuatro nietas, mi trabajo como profesional, todo lo que tengo se lo debo a Dios. te invito a mi blog vivirconfiados. Saludos Nila

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  3. Sr. Ordaz:

    Todavía se desenvuelven por este planeta algunos familiares de Juan G. de Luaces. Yo soy su hija y admiradora.
    Dadas la inteligencia e imaginación prodigiosas de mi padre sospecho que siempre nos quedará la duda acerca de la procedencia de la palabra "barquilla".
    Agradezco los comentarios elogiosos y ciertos sobre su labor.
    Un atento saludo.
    Consuelo González (estratosferica@.gmail.com)

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