Ir al contenido principal

Almayer


 

Cada verano suelo leer alguna obra de Joseph Conrad. Es como reencontrarse con un viejo amigo al que no ves desde hace tiempo, pero en cuanto empiezas a hablar con él es como si le tratases todos los días. Lo hago por deleite, pero también a modo de homenaje a uno de mis autores favoritos y en agradecimiento por tantas buenos ratos pasados en su compañía. Esta vez ha sido La locura de Almayer. La he leído en la misma edición que la primera vez hace muchos años, la de Montaner y Simón de 1925, con excelente traducción del inglés de Rafael Marquina. Almayer's Folly (1895) es la primera novela que publicó Conrad y posee muchas de las cualidades que habrán de caracterizar su posterior obra literaria.

Al hilo de su nueva lectura se me ocurren unos pocos apuntes. 

Las dos primeras palabras con que empieza Conrad la novela (¡Kaspar! ¡Makan!) no son inglesas, y obligan a una nota a pie de página del traductor: "Gaspar, la cena está lista" - En la trad. franc. de G. S. L. de la Nouv. Rev. Franc. En realidad no sabremos hasta una decena de páginas más adelante que estas palabras las pronuncia la esposa de Almáyer (sin tilde en el original), una nativa sulu a la que curiosamente Conrad no pone nombre en toda la novela. 

La "locura" del título integra tres acepciones de su significado en inglés. Locura como la demencia final de Almayer; locura como la insensatez o desatino de sus negocios para hacerse rico; y locura como folly, la especie de capricho que manda construir en plena selva.   

A Conrad se le considera un novelista del mar, y es cierto. Pero también lo es del río, sobre todo al inicio de su carrera. La locura de Almayer tiene como escenario un establecimiento comercial holandés en la ficticia Sambir (Borneo), junto a la desembocadura del río Pantai. Su subtítulo (raramente reproducido en las versiones españolas) es claro a este respecto: "Una historia de un río oriental". Un vagabundo de las islas (1896), su segunda novela y en cierta medida precuela de la anterior, tiene el mismo escenario ribereño. En otras narraciones suyas también hay ríos, y en una de las más celebradas, El corazón de las tinieblas (1899), el río adquirie categoría de protagonista. 

En los paratextos que incluía la editorial Montaner y Simón sobre las obras de José (sic) Conrad que iba publicando, se decía de La locura de Almáyer: "Galsworthy confiesa que hubo de frotarse los ojos por la gran sorpresa que le causó este libro". (Desde entonces siempre que leo algo acerca del autor de "La saga de los Forsyte", me lo imagino frotándose los ojos).

En un prefacio a la novela escrito a posteriori, que no todas las ediciones incluyen, Conrad defiende la alianza básica de toda la humanidad: "Estoy conforme con empatizar con los mortales comunes sin importar donde vivan; en casas o en cabañas, en calles bajo la niebla, o en bosques tras la línea oscura de los deprimentes manglares que bordean la vasta soledad del mar."

Y no me resisto a citar un fragmento del reencuentro de los enamorados Nina y Dain Marula tras su huida por la jungla:

"Aquel hombre era suyo con todas sus perfecciones y todos sus defectos. Su fuerza y su valor, su temeridad y su osadía, su sencilla prudencia y su astucia salvaje, todo era de ella. Habían avanzado juntos desde la rojiza luz de la hoguera a la plateada lluvia lunar que caía sobre el remanso, y entonces inclinó él su cabeza sobre el rostro de Nina, viendo ella en sus ojos la soñolienta intoxicación de infinita felicidad producida por el estrecho contacto del abrazo. Con rítmico balanceo de sus cuerpos se encaminaron al través de la luz hacia las sombras circundantes de la selva, que parecía proteger su dicha con solemne inmovilidad. Sus formas se fundieron en el juego de luz y sombra al pie de los grandes árboles, y el murmullo de sus tiernas palabras languideció sobre el remanso vacío, debilitándose y feneciendo. Un suspiro de inmensa tristeza pasó sobre la tierra con el último esfuerzo de la moribunda brisa, y en el profundo silencio que siguió, la tierra y los cielos enmudecieron repentinamente ante el lamentable espectáculo del amor humano y de la humana ceguera."



Comentarios

Entradas populares

Criterion

  Sin lugar a dudas, The Criterion , fundado y editado por T. S. Eliot en 1922, es una de las mejores revistas literarias británicas del siglo XX. La nómina de colaboradores que tuvo este magazine trimestral, hasta su último número publicado en 1939, conforma un catálogo bastante representativo de lo más granado de la intelectualidad, no solo británica, del período de entreguerras. En sus páginas escribieron luminarias como Pound, Yeats, Proust o Valéry, por citar solo cuatro.   El primer número de The Criterion , salido en octubre de aquel annus mirabilis , es realmente impactante y marca el sello característico de su editor, expresado a través de sus "Commentary"; a saber, la compatibilidad entre una ideología ideología católica y conservadora y una defensa a ultranza de la vanguardia modernista. En este ya mítico número 1, se incluye, por ejemplo, la primera aparición en letra impresa de The Waste Land de Eliot, y la crítica encomiástica de Valéry Larbaud del Ulises, de

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra

Pìanos mecánicos

De Los organillos , de Henri-François Rey, publicada a principios de los años sesenta, recordaba más su versión cinematográfica, titulada Los pianos mecánicos como el original francés, que la propia novela. Yo estaba en Cadaqués el verano en que se rodó la película, y tuve la ocasión de ver de cerca a dos de sus intérpretes más conocidos: James Mason y Hardy Krüger. La protagonista femenina era Melina Mercouri, pero a ella no tuve la suerte de verla. El filme lo dirigió Juan Antonio Bardem y, aunnque no es una de sus mejores películas, sí es una de sus producciones internacionales de más éxito comercial. A Henri-François Rey, que pasaba largas temporadas en Cadaqués (Caldeya en la ficción), también lo  tenía visto por el bar Marítim o el café Melitón (título, por cierto, de su última novela). En su momento la novela fue un éxito de ventas y de crítica (llegó a finalista del Goncourt y ganó el Interallié).Leída al cabo de los años puedo asegurar que no solo se sostiene muy bien