La Casa y el Libro
La Casa se halla situada en las afueras de un poblado llamado Sitio. Por decisión del dueño, que no se sabe quién es, la Casa no se vende ni se alquila; se cede a inquilinos que saben que su tiempo en ella será limitado y así lo rubrican en un contrato que les presenta para su firma el llamado apoderado. Entre las condiciones del contrato se halla la prohibición expresa de tocar o manipular el antiguo reloj de péndola que desde un ángulo del salón marca permanentemente la hora.
La Casa (Trea, 2021), última novela del escritor asturiano José Antonio Mases, narra con una prosa absorbente y poderosa las historias de sus diversos moradores, y con ellos sus episodios de felicidad, frustración, esperanza, decadencia, nostalgia... La vida y la muerte a través de segmentos de tiempo sucesivos. Como decía la voz en off al principio de una vieja serie de televisión en blanco y negro, en los primeros años sesenta, y cuyo título he olvidado: "El péndulo marca las horas y el destino traza un camino. Esta es la historia de unos hombres que quisieron cambiar su destino pero no pudieron parar el péndulo".
El matrimonio formado por Amador y Angélica es uno de los inquilinos de la Casa. En una de las escenas, Amador mira hacia los estantes de la biblioteca y da con la figura del Libro. Lo coge, se acomoda en la butaca, se pone las gafas y divide en dos partes, más o menos iguales, el abultado cuerpo del Libro. Lee:
"El señor Leopoldo Bloom comía con fruición órganos de bestias y aves. Le gustaban la espesa sopa de menudos, las ricas mollejas que saben a nuez, un corazón relleno asado, lonjas de hígado fritas con raspaduras de pan, ovas de bacalao bien doradas. Sobre todo le gustaban los riñones de carnero a la parrilla, que dejaban en su paladar un rastro de sabor a orina ligeramente perfumada".
También La Casa deja al lector un regusto especial, en este caso agridulce, entre la gratitud y la tristeza. Gratitud hacia su autor por habernos dado una obra de tan admirable ejecución, y tristeza porque, como dice Mases al principio del libro: "Con esta novela pongo punto y final a mi aventura literaria. Gracias a todos. Adiós". Ojalá no sea así. Ojalá, en este caso, incumpla su palabra.
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