Muerte de Zarmaros


 

Vivir significa experimentar pérdidas. La pregunta de qué es lo que nos espera debe ser casi tan antigua como la humanidad misma, pero el hecho de que esté ligada de forma inquietante e ineludible al futuro hace que se escape de toda previsión y que, por tanto, el momento y las circunstancias de la muerte sean un misterio. ¿Quién no ha deseado alguna vez desligarse del agridulce sufrimiento que nos provoca no conocer el futuro y poder anticipar el impulso fatal y las desgracias que nos esperan, a fin de evitar el destino ineludible? (...).

Augusto recibió una legación india en la isla de Samos, entre los obsequios que le trajeron no solo había un tigre y un muchacho sin brazos que había aprendido a utilizar los pies como si fuesen manos, sino también un hombre llamado Zarmaros, de la casta de los brahmanes, que tenía la intención de poner fin a su vida precisamente porque había transcurrido tal como él deseaba. Para asegurarse que a aquellas alturas no le pasase nada inesperado, cuando llegó a Atenas se lanzó al fuego desnudo y ungido de aceite, sin parar de reir, y se quemó vivo, sin duda entre terribles dolores. Aquella puesta en escena de la muerte que él mismo había escogido le hizo entrar en los anales de la historia, aunque solo fuese como una anécdota curiosa recogida en la Historia romana de Dion Casio, originalmente compuesta por ochenta volúmenes, que casualmente han llegado hasta nuestros días. Al fin y al cabo, solo aquello que consigue sobrevivir queda para la posteridad.

(Judith Schalansky, Inventari de coses perdudes. Més Llibres, 2020. Traducción al castellano a partir de la catalana de Maria Bosom).  

Comentarios

(5)
  1. Interesant llibre, no es poden oblidar les coses viscudes, petons

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  2. Gràcies per la recomenació del llibre.

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  3. pánico a una muerte ridícula13/4/21, 16:23

    Zarmaros se tomó al pie de la letra aquello de "es mejor arder, que apagarse lentamente".

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  4. Lo que más me llama la atención es que mientras ardía ¡no paraba de reírse!

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  5. También lo menciona Calasso en su El cazador celeste: el suicidio alegre de Zarmaros, satisfecho con su vida, tras haberse iniciado en los misterios eleusinos.

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