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Un latido en la mirada



La infancia no es la patria sin bandera de la que muchos artistas se sienten ciudadanos. Más bien, cada infancia es un constructo, un lugar en el que naufragamos por instinto y aprendemos que el camino solo importa si logra generar un sentido. Un latido en la mirada, así podríamos definir esos años. Aquel tiempo en el que cada gesto nos hacía descubrir cómo era en realidad el mundo. De hecho, aún podemos sentir, si nos paramos, cerramos los ojos y nos dejamos llevar por la marea de lo interno, cómo eran aquellas concepciones, aquellas ideas descabelladas que regían un universo inconexo y maravilloso, donde la razón se veía sustituída por el color. Lo siento desde aquí, desde esta atalaya. Noto el latido inconsciente, la caricia de las visiones sin fundamento y, por supuesto, aún percibo la calidez del descubrir. A veces, era sanadora, como un abrigo a tiempo en una noche destemplada o el olor de la mano materna tras una pesadilla, pero otras era algo semejante a un ácido en la conciencia, casi abrasivo. Descubrir es arder en lo nuevo, lo que nuestra mente aún no puede procesar, hasta que de un salto la realidad se nos viene encima y somos, en ese breve instante, dioses.

(Juan Laborda Barceló, Y entonces volaron. Ediciones Huso, 2020).

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