Viento en los tuétanos


El efecto inmediato de su desobediencia fue la introducción por primera vez en Adán de la sensación de hastío. En el mismo momento en que comió del fruto, toda su alegría desapareció y la melancolía coaguló su sangre, igual que la luz desaparece cuando soplamos una vela, dejando el pabilo enrojecido y humeante, echando mal olor. Y hubo otra consecuencia sorprendente: Adán había conocido anteriormente los cantos de los ángeles y su propia voz era melodiosa en un grado sublime. Después de su pecado, sin embargo, se le metió en los tuétanos un viento horrendo que sigue estando hoy en día en todos los varones. Ese viento en los tuétanos convirtió su maravillosa voz en el sonido propio de los escarnios y los berridos más escandalosos. Tras los grandes ataques de risa espasmódica, se le llenarían los ojos de lágrimas, del mismo modo que la espuma de semen es expulssada en el ardor del placer sexual.

(Hildegarda de Bingen, citada en: Stephen Greenblatt, Ascenso y caída de Adán y Eva. Traducción de Juan Rabasseda, Editorial Crítica, 2018).

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