Ir al contenido principal

La roca perdida de las Galápagos

Foto de Charles Darwin tomada en 1874 y coloreada en el siglo XX
(Biblioteca General del Museo de Historia Natural, Londres)

De haber escrito únicamente el Viaje de un naturalista alrededor del mundo seguramente Charles Darwin hubiese tenido un sitio en la historia de la literatura como autor de uno de los mejores y más entretenidos libros de viaje del siglo XIX. Pero, como es sabido, su puesto definitivo está, con todos los honores, en la historia de la ciencia.
En la magnífica exposición sobre Charles Darwin, recién clausurada en el Museo de Historia Natural de Londres, se exhibían tres de las pertenencias que Darwin se llevó consigo al Beagle: una brújula, una pistola de bolsillo y un martillo de géologo. Se olvida con facilidad que durante su aprendizaje científico el joven Darwin se sintió más atraído por la geología que por la biología. Como me dijo en cierta ocasión un colega y amigo, con no poca guasa: "Qué pena. Con lo bien que iba Darwin para geólogo y al final se quedó en biólogo."
Entre sus cometidos en el viaje estaba, además de recolectar minerales y fósiles, el hacer anotaciones sobre la geología de las zonas visitadas. No es casual que su libro de cabecera durante la larga travesía fuera Principles of Geology, que acababa de publicar su admirado Charles Lyell. Las aportaciones de Charles Darwin en el campo de las ciencias geológicas se hallan expuestas básicamente en tres libros: The Structure and Distribution of Coral Reefs (1842), Geological Observations on the Volcanic Islands (1844) y Geological Observations on South America (1846). Obviamente, la importancia de estas obras quedó oscurecida a partir de 1859 por el tremendo impacto del Origen de las especies y su teoría de la evolución.
El 8 de octubre de 1835, estando en Galápagos, Darwin realiza durante diez días una exploración de la isla Santiago. Anota su constitución geológica y recoge 19 muestras de los diferentes tipos de rocas volcánicas, en especial traquitas y basaltos. A su regreso, estas muestras de rocas (una pequeña porción de los casi 2.000 especímenes geológicos que recolectó en su viaje) fueron donadas al Museo Sedgwick de la Universidad de Cambridge.
En 1907 el petrólogo Alfred Harker hizo un catálogo de las colecciones de rocas del Beagle. Estaban todas las de isla Santiago. Pero cuando en 1933 Constance Richardson quiso estudiar las láminas delgadas al microsopio de polarización vio que faltaba una: la nº 3274. ¿Qué pasó con ella? ¿Se extravió? ¿Fue robada? ¿Fue a parar a manos de un coleccionista? Misterio. Ni Herbert et al. (2009), que acaban de publicar un artículo en Earth Sciences History reexaminando el trabajo de campo geológico de Darwin en las Galápagos, han encontrado la respuesta.

Comentarios

  1. Interesante historia. Desconocía este pasaje sobre la roca de los galápagos, si me había llamado la atención algún articulo sobre ella, pero no sabia que se había extraviado, más bien se estima que fue robada. Creo que voy a ir a leer ese articulo de historia de ciencias de la tierra para aclarar mis dudas. Saludos.

    Fuente: galapagos cruises reviews

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares

Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra