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Saroyan

William Saroyan a mediados de los años treinta.
(Foto tomada de Saroyan. A Biography
de Lawrence Lee y Barry Gifford, 1984)

Se cumple este año el centenario del nacimiento del escritor norteamericano de origen armenio William Saroyan (1908-1981). Desde su irrupción en el panorama literario a mediados de los años treinta, Saroyan gozó de un gran popularidad. Se dijo de él que era "el más grande a la vez que el más sencillo de los escritores americanos del momento". En España lo introdujo el editor José Janés en los años cuarenta y no dejó de reeditarse hasta los sesenta. Luego, como otros muchos autores, su estrella declinó.
El estilo de Saroyan es poético y cercano; su prosa, tersa y diáfana. Se diría que más que reflexionar y arengar, exalta y canta. En cierta ocasión declaró: "Soy un narrador de historias, pero no tengo más que una historia: la del hombre sobre la tierra." Su mundo de ficción era el de los hombres y mujeres que veía a su alrededor. En su célebre artículo "Los chicos del cuarto trasero", el crítico Edmund Wilson dice que "el truco de Saroyan es el temperamento, raramente recurre al artificio".
Escribió, sobre todo, relatos y novelas cortas de tintes autobiográficos: Mi nombre es Aram (1940), La comedia humana (1943), Las aventuras de Wesley Jackson (1946)... Su obra teatral El tiempo de su vida (1939) ganó el premio Pulitzer, que rechazó por considerar que el comercio no debe patrocinar el arte.
En mi opinión su primer libro de relatos es también el mejor: El joven audaz sobre el trapecio volante (1934). Con él se dio a conocer con un éxito inusitado. El relato que da nombre al libro es muy representativo de su modo de hacer. Trata de un joven aspirante a escritor, sin trabajo, sin dinero, sin nada que llevarse a la boca. Un día sale a la calle y encuentra en la acera una moneda de un centavo. Piensa qué es lo que puede hacer con ella. Pasa junto a restaurantes, pregunta en agencias de empleo, recorre almacenes y tiendas. Entra en la biblioteca pública y se pasa una hora leyendo a Proust. Al salir se nota cansado y débil. Regresa a su habitación y ni siquiera tiene fuerzas para escribir. Coloca el centavo sobre la mesa y lo contempla con amor de avaro. Se encuentra muy mal, siente un vértigo y se cae boca abajo. Y termina el relato: "Pero entonces, rápidamente, limpiamente, con la elegancia del joven que surca los aires en el trapecio, se separó de su cuerpo. Durante un momento eterno fue todas las cosas a la vez: el pájaro, el pez, el roedor, el reptil y el hombre. Un océano de letras onduló tenebrosamente ante su vista. La ciudad ardía. Masas de gente se amotinaban. La tierra se apartó de él. Consciente de lo que hacía, volvió el rostro hacia el firmamento vacío y se convirtió en algo sin sueño, sin vida, perfecto." Puro Saroyan.

Comentarios

  1. Maravillosas "La comedia humana", "Me llamo Aram", "El joven audaz sobre el trapecio volante"... Acantilado ha reeditado casi todo y es un regalazo. Hace mucho que no lo releo pero ¿cuál era esa historia del chico que entraba a trabajar en la oficina de telégrafos? Una gozada, Saroyan.
    Un abrazo.
    JLP

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  2. Puede que te refieras, José Luis, a La comedia humana. El muchacho es Homer Macauley, el repartidor de telegramas (en el cine, Micky Rooney), y un día tiene que entregar en su casa el telegrma en el que se notifica la muerte de su hermano en la guerra. Todavía se me humedecen los ojos cuando leo el pasaje o veo la película.
    Un abrazo.

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  3. O, a lo mejor, así me lo he imaginado.

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  4. Está claro que tengo que releerlo. Me vienen recuerdos sueltos. Él miraba pasar el tren... Muchas gracias por este recordatorio de Saroyan.
    Un abrazo.
    jlp

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