Pure noir (VI)

Raven disparó contra él. Con deliberación mató así su última oportunidad de escape, metiendo dos balas donde una habría bastado, como si matase al mundo entero en la persona del gordinflón, lloroso y ensangrentado míster Davis. Y así era. Porque el mundo de un hombre es su vida y él estaba matando esto: el suicidio de su madre, los largos años en el hospicio, las bandas de contrabandistas, la muerte de Kite, la del viejo y la de la mujer. No había otro camino: había ensayado el de la confesión y le había fallado, como sucedía siempre. No había nadie, fuera del propio cerebro, en quien se pudiera confiar: ni un doctor, ni un sacerdote, ni una mujer. Una sirena lanzó sobre la ciudad su mensaje de que el peligro había pasdo, e inmediatamente las campanas de la iglesia iniciaron una algarabía navideña; los zorros tienen sus cubiles, pero el hijo del hombre...

(Graham Greene, Una pistola en venta, 1936)

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