Master mariner
1924 es año de destacados aniversarios literarios. De momento, el mejor posicionado, a juzgar por las menciones que ya se están publicando en la prensa, es el centenario de la muerte de Franz Kafka. Pero hay más efemérides en la lista, por ejemplo, los cincuenta años del primer Manifiesto del surrealismo y de la publicación de la La montaña mágica de Thomas Mann, el centenario de la muerte de Anatole France y, por supuesto, el de Joseph Conrad. Todo ello sin ir más lejos en el tiempo. Me temo, sin embargo, que casi todos los focos mediáticos irán a parar hacia el escritor checo, dejando a los demás en una tenue penumbra o incluso en la mera oscuridad.
En Por qué leer los clásicos (1993, traducción de Aurora Bernárdez), Italo Calvino le dedica a Conrad un capítulo ("Los capitanes de Conrad"). Hay que recordar que Calvino hizo su tesis doctoral sobre el autor de El corazón de las tinieblas. Por tanto, lo conocía muy bien y supo entresacar de su trayectoria vital, sobre todo a la etapa marinera, las claves de su posterior obra literaria. "Conrad -dice- fue inglés. Eligió serlo y lo consiguió, y si su figura no se sitúa en el marco social inglés, si se le considera solo como un "huésped ilustre" de su literatura, como lo definió Virginia Woolf, no se puede dar de él una exacta definición histórica".
La lengua materna de Conrad era el polaco y siendo un niño su padre se empeñó en que aprendiera el francés. El inglés no lo habló hasta casi los veinte años y, según él mismo confesó, no escribió una sola línea para la imprenta hasta los treinta y seis. La realidad es que Conrad escribió en inglés porque así lo quiso, y sus obras forman parte de la literatura inglesa por derecho propio, mal que le pese a la displicente señora Woolf.
En otro momento del artículo, Calvino considera a Conrad un ejemplo de "capitán-gentleman"; "uno de nosotros", como diría su alter ego narrativo, el capitán Marlow, de Lord Jim:
... Porque si nunca he creído en muchas cosas suyas, siempre he creído que era un buen capitán y que ponía en sus relatos eso que es tan difícil de escribir: el sentido de una integración en el mundo conquistada en la vida práctica, el sentido del hombre que se realiza en lo que hace, en la moral implícita en su trabajo, el ideal de saber estar a la altura de la situación, tanto en la cubierta de los veleros como en la página.
En el fondo esta es la esencia de la narrativa conradiana, la que lo caracteriza y perdura.
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