Apátrida
A la mañana siguiente, 20 de febrero, vino Jacoba a buscarme para reunirnos con Elena y Juan. Elena se encontraba en cama, muy cansada, según nos dijo, con grandes dolores de ovarios. Por este motivo no quería continuar el viaje aquel día. Juan inistía en salir inmediatamente. Llevaba mucho retraso y tenía que estar en fecha próxima en Roma. Se armó la consiguiente discusión entre ellos. Intervine, persuadiendo a Elena de que debía descansar un par de horas más y ponernos en camino. Era una pena que perdiésemos la oportunidad de hacer el viaje en coche y tener que marchar al día siguiente en tren. Por fin, Elena aceptó continuar a primera hora de la tarde.
Juan nos llevó en coche al Consulado francés. La gestión fue más rápida de lo que esperábamos; nos hicieron los visados en seguida. Jacoba era austríaca. Llevaba en España desde los tres años. Tenía solicitada la nacionalidad española, pero aún no se la habían concedido. Fue entonces cuando me enteré de que era apátrida. Su pasaporte consistía en medio pliego de papel de barba, con la fotografía y unos datos de filiación muy superficieles.
(Esther Armán, Mujeres sin pasaporte. Editorial Quevedo, Madrid, 1968).
Juan nos llevó en coche al Consulado francés. La gestión fue más rápida de lo que esperábamos; nos hicieron los visados en seguida. Jacoba era austríaca. Llevaba en España desde los tres años. Tenía solicitada la nacionalidad española, pero aún no se la habían concedido. Fue entonces cuando me enteré de que era apátrida. Su pasaporte consistía en medio pliego de papel de barba, con la fotografía y unos datos de filiación muy superficieles.
(Esther Armán, Mujeres sin pasaporte. Editorial Quevedo, Madrid, 1968).
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