Mayo del 68: Una visión
James Jones (1921-1977) |
"Estoy convencido de que de no haber sido bueno el tiempo reinante durante el mes de mayo, la revolución no se hubiera podido hacer. Quizás se hubiera reducido a unas cuantas escaramuzas. La lluvia y el frío suelen atenuar los ánimos revolucionarios más que ninguna otra cosa. Sé que esto podrá resultar cínico, pero yo creo que es verdad. La policía de París también compartía mi opinión. Tengo entendido que los oficiales de la Prefectura se reunían todos los días para estar al corriente de los boletines meteorológicos." Quien así habla es el periodista Jack Hartley, narrador y uno de los protagonistas de la novela El alegre mes de mayo (1971), del escritor estadounidense James Jones.
No es el famoso autor de novelas como De aquí a la eternidad o Como un torrente un nombre que se suela asociar a los hechos de mayo de 1968. No obstante, fue uno de los pocos escritores norteamericanos que, a poco de suceder los hechos, decidió novelarlos. (Otro autor fue su compatriota Frank Yerby, residente en España, que en 1970 publicó Mayo fue el fin del mundo). En los sesenta, la casa del matrimonio Jones en la Île Saint-Louis era punto obligado de reunión de expatriados residentes en la capital francesa o de paso por ella. Desde esta atalaya privilegiada el autor de Ilinois fue testigo presencial de dichos sucesos.
En El alegre mes de mayo Jones nos cuenta, con su habitual solidez narrativa, la progresiva desintegración de una familia americana en París cuyos miembros se ven envueltos, por diferentes motivos, en el vértigo de la revuelta estudiantil. Al margen de este relato de ficción de tintes dramáticos lo que tal vez interese más de la novela hoy en día sea el carácter documental que Jones sabe imprimir a la narración desde el principio, describiendo con objetividad y precisión, día tras día, los movimientos que tuvieron lugar en el reducido ámbito de la orilla izquierda del Sena.
Se trata de la visión personal, escéptica, de un liberal desencantado que quemó los ideales de su juventud luchando en la II Guerra Mundial, y que ha visto demasiadas insensateces como para creer aún en utopías salvadoras y sueños subversivos para cambiar el mundo. Pero tampoco los denosta. La revolución no pudo ser. Se quiso ser realista y se pidió lo imposible. Debajo de los adoquines no estaba la playa. Ya nada, sin embargo, volvió a ser como antes.
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