Reflexiones en la cocina
Margaret Storm Jameson (1891-1986) |
De vez en cuando es conveniente volver la vista hacia atrás y observar cómo ni la gran alegría ni la gran desesperamza nos han dicho nada, absolutamente nada. Tenía yo catorce años cuando nos mudamos a otra casa. Todavía me veo frente a una mesa de la cocina colocada junto a la ventana, cortando yo una rebanada de pan; en aquella cocina tan grande, tan llena de aire y de luz. Afuera oía a los chiquillos que jugaban en un jardín y me inundó una intensa y deleitosa alegría ante la idea de tener que vivir allí, alegría en cierto modo mezclada con el olor del pan fresco que estaba untando de mantequilla, y con la idea de los posibles nuevos amigos. Nada me ponía sobre aviso acerca de la decepción que aquellos muchachos habrían de hacerme sufrir al burlarse de mi asombro. Ni, mientras experimentaba yo la angustia de que de mí se riesen, podía imaginarme -y al propio tiempo sentirme consolada- el momento en que se convertirían en hombres y mujeres ejemplares y de los que nunca llegaría siquiera a saber si vivían o habían muerto.
(Storm Jameson, El diario de Mary Hervey Russell. Traducción de Mariano de Alarcón. Editorial Sudamericana, 1947)
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