Mosquitos

Humboldt y Bonpland en Sudamérica
(Cuadro de Eduard Ender)


A finales de marzo de 1800 Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland llegan a la misión de los capuchinos de San Fernando de Apure (Venezuela), en la orilla de este río, en plena selva. Humboldt ya había tenido ocasión de conocer la jungla sudamericana, pero en este viaje a través de la tupida espesura vegetal, bajo un calor y una humedad sofocantes, hubo de enfrentarse a múltiples peligros. De todos ellos el peor, la verdadera plaga que les asedió durante los meses que estuvieron navegando por el Orinoco y sus afluentes, no fueron las serpientes, ni los jaguares, ni los pumas, ni los capibaras, ni los caimanes, ni siquiera el escurridizo y legendario “hombre velludo” de la selva que, según los indios, era parecido a un gran simio; sino estos terribles, implacables, omnipresentes insectos picudos y chupadores de sangre que son los mosquitos.
Los más temibles eran los llamados zancudos (género Culex), que se presentaban después de ponerse el Sol. Su trompa es tan larga que cuando se situaban en la cara inferior de las hamacas, atravesaban la lona y las prendas de vestir más gruesas. En ocasiones formaban auténticas nubes espesas, y no podían hablar ni descubrirse la cara sin que la boca y la nariz se llenasen de zancudos. En Mandavaca se encuentran con un viejo misionero que lleva veinte años en la selva, literalmente acribillado por los mosquitos. Escribe Humboldt en Del Orinoco al Amazonas. Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente:
"Con tono lastimero insistió en que viésemos sus piernas, para que un día pudiésemos contar a las gentes del otro lado del océano lo que han de soportar los pobres misioneros en las selvas del Casiquiare. Como cada picadura deja un puntito pardo negruzco, sus miembros aparecían de tal modo manchados por pequeños coágulos de sangre, que apenas se veía la piel blanca."

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