Montar un cocodrilo

Ilustración de Robert Gibbing, en Helen Waddell: Beasts and Saints (1934)


Cuenta el excéntrico naturalista Charles Waterton en sus Wanderings in South America (1825) que en la selva de la Guayana se atrevió a montar un caimán.
Al parecer, no fue el único en hacerlo.
Helen Waddell recoge en Beasts and Saints ( 1934) un relato sacado de la Historia Lausiaca, de Paladio de Galacia, referente al abad Heleno, en el que viene un suceso similar.
En efecto, estando en tierra egipcíaca, hubo Heleno de cruzar un río. Dijéronle unos monjes que era peligroso cruzarlo, pues en él habitaba una bestia, o sea un cocodrilo, que ya se había comido muchos hombres. Heleno no les hizo caso y se dispuso a cruzar el río ante el asombro de todos ellos. Llamó el abad al cocodrilo y este acudió obediente a la orilla. Subió Heleno a sus espaldas y con parsimonia le transportó hasta la orilla opuesta. Luego, descendió, y antes de partir se dirigió al cocodrilo diciéndole: "Mejor será que mueras ahora, antes de que sufras el castigo por la matanza de almas". Y al punto el cocodrilo murió.

Comentarios

(5)
  1. El cocodrilo no solo fue amable, también estuvo de acuerdo en perder la vida para expiar el pecado de comer humanos. Estas leyendas tiene mucha enjundia, nos regalan la fantasía de que podemos doblegar la naturaleza a nuestro antojo. Y va a ser que no.

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  2. Pues parece que se pueden concluir dos o tres moralejas de esta historia.
    Nunca me gustaron los reptiles y creo que me lleguen a gustar nunca. Me dan pánico.

    Saludos

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  3. Nuestra repugnancia a los reptiles: ¿Um atavismo de cuando los mamíferos estaban sometidos por los grandes reptiles del mesozoico? Se entendería así que los reptiles suelan representar el mal.
    Saludos.

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  4. Lupo Ayllán Y Sus Dementes1/4/14, 17:12

    ... y años más tarde un niño lee la historia, fascinado , a la luz de un candil en una oscura zahúrda de Bristol.
    Aún hoy día , los días en que necesita una tregua , repasa el ajado ejemplar . Voltea el amarillo de las hojas con la punta mellada de su garfio.

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  5. Y la historia, Lupo, sigue...

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