Blusas explosivas
Burt arrojó el resto del cigarrillo al agua y se apresuró a bajar del barco, para ayudar a las chicas a llevar sus cosas.
Las dos vestían pantalones y blusas muy livianas, y calzaban cómodas zapatillas de deporte.
Sylvia Norton llevaba su blusa anudada bajo los senos, no demasiado abultados, pero firmes y armoniosos. De este modo, dejaba al descubierto la morena piel de su estómago.
Y un ombliguito que era una preciosidad.
Como toda ella, qué demonio.
Tambien Arlene Garrison estaba terriblemente tentadora, porque los pantalones la ceñían como la vaina a la espada, señalando atrevidamente sus rebosantes caderas. Y la blusita, muy ajustada también, marcaba descaradamente sus pechos, altos, plenos, erguidos.
Si a la rubia Arlene le daba por respirar hondo, los botones de la tensada blusa saltarían por los aires y pasaría algo gordo, porque saltaba a la vista que bajo la ligera tela no llevaba nada.
(Joseph Berna, La diana de la muerte. Ediciones B, Colección Punto Rojo, 1994)
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