The entertainer
Hoy se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Dickens. Para conmemorar la efeméride se anuncian biografías, ensayos, reediciones de sus obras, versiones cinematográficas y televisivas, congresos, exposiciones y celebraciones varias. Bien está y bien que se lo merece.
Pocos escritores aúnan hoy en día prestigio y popularidad como el escritor inglés, pero esto no fue siempre así. Dickens fue desde el principio muy popular y querido por el público, pero no tanto por la academia. Después de su muerte sus detractores aumentaron y parte de la crítica se mostró muy rácana hurtándole un puesto entre los elegidos. Recuerdo que a finales del siglo XIX Andrew Lang escribió un ensayo dirigido a lectores reticentes que "no pueden leer a Dickens". Y hubo -hay que reconocerlo- críticos sesudos que le regatearon méritos como escritor.
Recuerdo, por ejemplo, al afamado F. R. Leavis que empieza su ensayo The Great Tradition (1948) diciendo: "Los grandes novelistas ingleses son Jane Austen, George Eliot, Henry James y Joseph Conrad." Punto. Ni uno más, ni uno menos. Eso sí que es hilar fino. Consciente de que tan corta lista deja a muchos aspirantes fuera, más adelante el catedrático de la Universidad de Cambridge argumenta la razón por la que el autor de David Copperfield queda excluído: "Que Dickens es un genio y está permanentemente entre los clásicos es cierto. Pero su genio era el de un gran entertainer". O sea, algo así como un showman o animador de espectáculos; un entretenedor, al fin y al cabo. Como si esto fuese un pecado.
Da igual. Para mí siempre será uno de mis escritores favoritos, al que admiro y respeto. El primer novelista que me hizo ver que, además de contarnos una historia, había en ella algo más, difícil de definir, y que no era sino eso que llamamos "literatura". Pocos autores han sido capaces de emocionarme con la lectura de sus libros como lo ha hecho, y sigue haciendo, Dickens con los suyos. Y esto no se olvida. Yo, al menos, no lo olvido; y por ello siempre le estaré agradecido.
Pocos escritores aúnan hoy en día prestigio y popularidad como el escritor inglés, pero esto no fue siempre así. Dickens fue desde el principio muy popular y querido por el público, pero no tanto por la academia. Después de su muerte sus detractores aumentaron y parte de la crítica se mostró muy rácana hurtándole un puesto entre los elegidos. Recuerdo que a finales del siglo XIX Andrew Lang escribió un ensayo dirigido a lectores reticentes que "no pueden leer a Dickens". Y hubo -hay que reconocerlo- críticos sesudos que le regatearon méritos como escritor.
Recuerdo, por ejemplo, al afamado F. R. Leavis que empieza su ensayo The Great Tradition (1948) diciendo: "Los grandes novelistas ingleses son Jane Austen, George Eliot, Henry James y Joseph Conrad." Punto. Ni uno más, ni uno menos. Eso sí que es hilar fino. Consciente de que tan corta lista deja a muchos aspirantes fuera, más adelante el catedrático de la Universidad de Cambridge argumenta la razón por la que el autor de David Copperfield queda excluído: "Que Dickens es un genio y está permanentemente entre los clásicos es cierto. Pero su genio era el de un gran entertainer". O sea, algo así como un showman o animador de espectáculos; un entretenedor, al fin y al cabo. Como si esto fuese un pecado.
Da igual. Para mí siempre será uno de mis escritores favoritos, al que admiro y respeto. El primer novelista que me hizo ver que, además de contarnos una historia, había en ella algo más, difícil de definir, y que no era sino eso que llamamos "literatura". Pocos autores han sido capaces de emocionarme con la lectura de sus libros como lo ha hecho, y sigue haciendo, Dickens con los suyos. Y esto no se olvida. Yo, al menos, no lo olvido; y por ello siempre le estaré agradecido.
Agradecimiento y admiración a quien supo construir una obra que ha consiguido entretener a millones de personas -para fastidio de arrogantes-. Gracias a Tiempos Difíciles, Oliver Twist y tantas otras, la sociedad victoriana "descubrió" la terrible explotación a la que se sometía a los niños desamparados y cómo se les maltrataba en esas mal llamadas instituciones caritativas. Gracias a Dickens, hubo un impulso reformador y se dictaron leyes que pusieron límites al trabajo infantil. Que descanse en paz.
ResponderEliminarPor eso, también, hoy más que nunca es Dickens necesario.
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