Dust Bowl
Tras la Primera Guerra Mundial el trigo escaseaba en Europa y se cotizaba a altos precios. En Estados Unidos se pensó que las grandes planicies del Medio Oeste podían convertirse en campos de labor para aprovechar la fuerte demanda de cereal, y ofrecer al mismo tiempo a miles de inmigrantes la oportunidad de forjarse un futuro como granjeros. De nada sirvieron las serias advertencias de algunos científicos, como el ecólogo y conservacionista Aldo Leopold y el edafólogo Hugh Bennett, sobre el frágil equilibrio del suelo y las nefastas consecuencias de la destrucción del mismo. Bennett lo había dejado muy claro en su libro Soil Erosion (1928), intencionadamente subtitulado A National Menace.
De modo que los ranchos de ganado fueron desmantelados y subdivididos. Se roturaron millones de acres. Se sacó agua de los pozos. Se construyeron nuevas líneas de ferrocarril para transportar el grano. Las cosechas eran excelentes y los precios seguían altos. La agricultura florecía. Los granjeros prosperaban. Levantaron casas nuevas, perforaron más pozos, compraron tractores, coches y otras ventajas tecnológicas.
Y en esto llegó la sequía. El trigo dejó de crecer. Los pozos se secaron y se agotaron los acuíferos. El precio del trigo bajó, y tras el crash económico del 29 cayó en picado. En 1930 se pagaba la décima parte de lo que se pagaba diez años antes. Con la sequía vinieron ventiscas y tornados que alzaban el seco y debilitado suelo polvoriento. Se vieron tormentas de polvo como nunca antes se habían visto. El polvo comenzó a invadirlo todo: casas, carreteras, campos. Las personas se vieron afectadas. El polvo penetraba por las gargantas hasta los pulmones. El 21 de enero de 1932 un black blizzard descendió sobre Amarillo, Texas, y el día se tornó noche. Un domingo de abril de 1935 unas 300.000 toneladas de polvo cayeron sobre Texas, Oklahoma y Kansas. La visibilidad era tan baja que no se veía nada a más de un metro de distancia.
Había llegado el desastre.
En solo una década la que fuera la región de las grandes praderas quedó convertida en un erial. Se calcula que se perdieron más de 600.000 millones de toneladas de suelo en la zona conocida comola Dust Bowl (cuenca del polvo). Los estados de Kansas, Colorado, Texas, Oklahoma y parte de Nebraska y Nuevo México quedaron arruinados, devastados. Decenas de pueblos se vaciaron; y centenares de familias, con la miseria a cuestas, se vieron forzadas a abandonar sus tierras y a emigrar a otros estados. Como se decía en el documental The Plow that Broke the Plains, de Pare Lorentz, “ellos se unieron al gran ejército de las carreteras: ningún lugar al que ir, y ningún lugar en el que parar”. En lo hondo de la Gran Depresión cerca de 150.000 desarrapados campesinos vagaban por California en busca de trabajo. Periodistas y escritores, como John Steinbeck en la serie de reportajes Los vagabundos de la cosecha, denunciaron las condiciones en que sobrevivían aquellas familias, y dieron exacta medida de la magnitud de la tragedia humana.
Pero, ¿por qué se produjo esta catástrofe ecológica? ¿Cómo se llegó a tan dramática situación? ¿Pudo evitarse? Timothy Egan, en su libro The Worst Hard Time. The Untold Story of Those Who Survived the Great American Dust Bowl (2006), nos da las respuestas. De antiguo se sabía que las lluvias en aquella región eran más bien escasas (unos200 mm al año) y que había temporadas especialmente secas; pero crecía la hierba y el sistema de raíces formaba una tupida ligazón, con lo que suelo permanecía intacto. Hasta que vino el arado y, con él, la sobreexplotación. Se multiplicaron los surcos, se arrasó la capa verde y, faltando la trama protectora, el suelo se volvió extremadamente vulnerable a la erosión. La sequía, el viento y las tormentas hicieron el resto.
Como señala Egan, está claro que si el gobierno hubiera hecho caso de los consejos y avisos de los expertos en conservación del suelo, la tragedia hubiese podido evitarse o, cuando menos, reducirse. Pero primaron los intereses económicos, la cucaña del negocio fácil, y las autoridades administrativas no empezaron a tomar las decisiones correctas para paliar el desastre hasta que el daño ya estaba hecho. Entonces se pusieron en marcha medidas de urgencia y programas de replantación de herbáceas, se abandonó el arado y poco a poco el suelo volvió a su consistencia natural; la que siempre había tenido y nunca debió de perder.
De modo que los ranchos de ganado fueron desmantelados y subdivididos. Se roturaron millones de acres. Se sacó agua de los pozos. Se construyeron nuevas líneas de ferrocarril para transportar el grano. Las cosechas eran excelentes y los precios seguían altos. La agricultura florecía. Los granjeros prosperaban. Levantaron casas nuevas, perforaron más pozos, compraron tractores, coches y otras ventajas tecnológicas.
Y en esto llegó la sequía. El trigo dejó de crecer. Los pozos se secaron y se agotaron los acuíferos. El precio del trigo bajó, y tras el crash económico del 29 cayó en picado. En 1930 se pagaba la décima parte de lo que se pagaba diez años antes. Con la sequía vinieron ventiscas y tornados que alzaban el seco y debilitado suelo polvoriento. Se vieron tormentas de polvo como nunca antes se habían visto. El polvo comenzó a invadirlo todo: casas, carreteras, campos. Las personas se vieron afectadas. El polvo penetraba por las gargantas hasta los pulmones. El 21 de enero de 1932 un black blizzard descendió sobre Amarillo, Texas, y el día se tornó noche. Un domingo de abril de 1935 unas 300.000 toneladas de polvo cayeron sobre Texas, Oklahoma y Kansas. La visibilidad era tan baja que no se veía nada a más de un metro de distancia.
Había llegado el desastre.
En solo una década la que fuera la región de las grandes praderas quedó convertida en un erial. Se calcula que se perdieron más de 600.000 millones de toneladas de suelo en la zona conocida como
Pero, ¿por qué se produjo esta catástrofe ecológica? ¿Cómo se llegó a tan dramática situación? ¿Pudo evitarse? Timothy Egan, en su libro The Worst Hard Time. The Untold Story of Those Who Survived the Great American Dust Bowl (2006), nos da las respuestas. De antiguo se sabía que las lluvias en aquella región eran más bien escasas (unos
Como señala Egan, está claro que si el gobierno hubiera hecho caso de los consejos y avisos de los expertos en conservación del suelo, la tragedia hubiese podido evitarse o, cuando menos, reducirse. Pero primaron los intereses económicos, la cucaña del negocio fácil, y las autoridades administrativas no empezaron a tomar las decisiones correctas para paliar el desastre hasta que el daño ya estaba hecho. Entonces se pusieron en marcha medidas de urgencia y programas de replantación de herbáceas, se abandonó el arado y poco a poco el suelo volvió a su consistencia natural; la que siempre había tenido y nunca debió de perder.
Muy interesante. No sería mala cosa sacar conclusiones de este episodio histórico en estos tiempos en que se ciernen amenazas de catástrofe medioambiental en proporciones aún mayores.
ResponderEliminarSiempre un placer leerte.
Un abrazo.
Muy interesante información. Este fenomeno se ve ahora en El Amazonas con la tala de arboles.
ResponderEliminarSaludos desde Madrid.
Por desgracia este tipo de historias suelen repetirse, precisamente porque siempre se piensa que no tienen por qué repetirse...
ResponderEliminarSaludos, amigos.
Muy bien, esta información es muy interesante; aunque me gustaría que me proporcionaras más autores literarios aparte de John Steinbeck que narraran la Dust Bowl de una manera parecida, no tanto como un documental como los libros de Timothy Egan. Gracias. ^^
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