Rochester
En el periódico londinense Domestic Intellligence, de 23 de diciembre de 1679, se podía leer:
Durante mucho tiempo se creyó que quien estaba detrás de este ataque era John Wilmot, segundo conde de Rochester, libertino reconocido de la corte de Carlos II y también poeta. La cosa nunca llegó a aclararse. Graham Greene en su libro El mono de Rochester, recientemente publicado por Ediciones Península, en traducción de María Luz García de la Hoz, aporta información sobre el incidente y tiende a minimizar la posible participación de Rochester en el mismo. Es posible que nunca llegue a aclararse. De hecho, este tipo de trifulca no era nada infrecuente en una época en la que los escritores tiraban de navaja por un quítame allá estos versos.
Lord Rochester murió joven, a los treinta y tres años, tras una vida de crápula. Entre sus contemporáneos fue célebre tanto por sus excesos como por su ingenio. Sus poemas, licenciosos y mordaces, figuran hoy entre las mejores poesías líricas y satíricas del siglo XVII.
Uno de sus poemas, titulado “Libertino”, dice:
Me levanto a las once, como hacia las dos,
antes de las siete ya estoy borracho y mando llamar a mi puta;
temeroso de contraer unas purgaciones,
la acaricio y le suelto el chorro en el regazo;
luego discutimos y nos peleamos hasta que me quedo dormido,
momento en que la puta se envalentona y me palpa el bolsillo.
Astutamente me abandona entonces y para vengar la afrenta
me deja a la vez sin carne y sin dinero.
Si por casualidad despierto entonces, mareado y exaltado,
qué alboroto organizo por haber perdido a la puta.
Rujo, bramo, sufro un ataque de ira
y, añorando a mi zagala, me abalanzo sobre mi paje.
Luego, con el estómago revuelto, la tomo con mis criados
y me quedo en la cama bostezando hasta que se hacen las once.
Podría valer como autorretrato.
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