Nefelococigia
Un hombre -un escritor- se queda dormido y a continuación despierta en un prado al lado de un arroyo. Más allá de los pastos divisa un pequeño pueblo típicamente inglés. El hombre -que es el narrador de la historia- desconoce dónde se encuentra, pero se siente cómodo, relajado. Un anciano vestido a la antigua, con casaca y calzones, se le acerca y le dice que le acompañe. "¿Puede decirme dónde estoy y a dónde tengo que ir?", inquiere el hombre; el anciano le contesta: "Pronto sabrá lo necesario". Luego se dirijen al pueblo, y su guía le enseña el cottage donde habrá de residir. Una vez allí, el hombre descubre en una estantería ejemplares de todos sus libros, excepto uno. Toma este último. Es un libro de poemas de William Wordsworth, su poeta preferido. Al abrirlo se fija que en el retrato de la portada y se da cuenta de que el anciano que le trajo a la casa no es otro que Wordsworth. Entonces llega un visitante. Dice ser su tutor y se presenta: "Me llamo John Addignton Symonds". El hombre reconoce en él a uno de sus maestros. "Creo que estoy muerto", dice el hombre. "No use esta palabra aquí", le responde Symonds. "Usted está ahora en otro plano, en un lugar especial al que ha sido asignado y que se llama Nefelococigia, el Paraíso de los Poetas... Aquí vivimos una vida de inteligencia, de belleza, de ocupación. Aquí tratamos de mejorar nuestras mentes; aquí podemos alcanzar tal conocimiento que trasciende nuestros conocimientos terrenales..."
Poco a poco el hombre irá conociendo aquel sorprendente lugar y a otros moradores del mismo. Su existencia -si puede llamarse así- está exenta de pasiones pero no de entretenimientos. En el lugar hay una iglesia donde se reza, un jardín donde se cultivan flores, un college donde se asiste a conferencias dictadas por los fantasmas de sabios del pasado, una surtida biblioteca donde se encuentran los libros deseados, una piscina de aguas cristalinas donde se bañan sin pudor hombres desnudos... En Nefelococigia no hay mujeres.
En un momento dado su tutor le dice que debe prepararse para el Juicio y el viaje final. Llegado el momento, y empujado por una irreprimible fuerza interior, inicia el viaje. El hombre llega a una ciudad que no identifica, recorre sus calles hasta detenerse ante la puerta de una casa misérrima de un barrio muy pobre. Dentro una mujer yace en un jergón a punto de dar a luz. El hombre se acerca al lecho, y "a medida que me movía hacia allí sentía que mi cuerpo se encojía hasta hacerse enano; me escurrí bajo el mugriento cobertor; en un momento dado estaba en la oscuridad, y en el siguiente en el olvido..." Es entonces cuando el hombre vuelve a despertarse. De nuevo se halla en medio de un prado, cerca de un arroyo. El viejo Wordsworth -ahora ya reconocido- se le acerca y le dice: "Hijo mío, ellos te están esperando en otro lugar..." Y el hombre, al oir ellos, comprende.
Este es, en síntesis, el argumento de Nephelococcygia, or Letters from Paradise, una fantasía entre onírica y tanatológica, con pinceladas metafísicas, publicada en 1929 en Carmarthen (Gales) por W. Spurrell & Son, y cuyo autor es Herbert Millingchamp Vaughan. El libro lleva una dedicatoria: Ad piam memoriam Carolinae Vaughan quae obiit die XIIImo mensis aprilis MDCCCCXXVIII et cujus per pecuniam haec opera imprimere potuit auctor. El título hace referencia a una palabra que sale en la comedia de Aristófanes Las Aves, y que viene a significar "la ciudad de los cucos en las nubes". Acerca de la vida de Vaughan poco he podido averiguar. Nació en 1870 y alcanzó cierta notoriedad como historiador. Es autor de libros sobre los Estuardos, los papas Medici, Florencia, la Riviera de Nápoles y Gales. Escribió también poemas y relatos (de hecho el volumen Nephelococcygia se completa con seis cuentos y una "fantasía en verso"). Murió en 1948.
En la actualidad es difícil ver incluido a Vaughan en enciclopedias y manuales de literatura. Su nombre se ha eclipsado. Imagino que en algún momento debió de sentirse atraído por Italia y sus bellezas físicas y artísticas, residiendo allí algún tiempo. Posiblemente John A. Symonds, que aparece en el mencionado libro, tuviera algo que ver en la decisión. Autor de Renaissance in Italy (1875-76), influyó en aquellos estetas de fines del XIX y principios del XX que iban a la península como quien hace una peregrinación pagana. Symonds era homosexual, como también lo eran otros conspicuos italianófilos que se quedaron a vivir allí, como Norman Douglas y Violet Paget (para las letras Vernon Lee). ¿Lo era también Herbert M. Vaughan? No lo sé. Tampoco es que importe mucho. Lo que sí sé es que a él debo la lectura de una de las obras literarias más raras -en su doble acepción de extraña y difícil de encontrar en el mercado- que haya tenido en mis manos. Y eso es de agradecer.
Poco a poco el hombre irá conociendo aquel sorprendente lugar y a otros moradores del mismo. Su existencia -si puede llamarse así- está exenta de pasiones pero no de entretenimientos. En el lugar hay una iglesia donde se reza, un jardín donde se cultivan flores, un college donde se asiste a conferencias dictadas por los fantasmas de sabios del pasado, una surtida biblioteca donde se encuentran los libros deseados, una piscina de aguas cristalinas donde se bañan sin pudor hombres desnudos... En Nefelococigia no hay mujeres.
En un momento dado su tutor le dice que debe prepararse para el Juicio y el viaje final. Llegado el momento, y empujado por una irreprimible fuerza interior, inicia el viaje. El hombre llega a una ciudad que no identifica, recorre sus calles hasta detenerse ante la puerta de una casa misérrima de un barrio muy pobre. Dentro una mujer yace en un jergón a punto de dar a luz. El hombre se acerca al lecho, y "a medida que me movía hacia allí sentía que mi cuerpo se encojía hasta hacerse enano; me escurrí bajo el mugriento cobertor; en un momento dado estaba en la oscuridad, y en el siguiente en el olvido..." Es entonces cuando el hombre vuelve a despertarse. De nuevo se halla en medio de un prado, cerca de un arroyo. El viejo Wordsworth -ahora ya reconocido- se le acerca y le dice: "Hijo mío, ellos te están esperando en otro lugar..." Y el hombre, al oir ellos, comprende.
Este es, en síntesis, el argumento de Nephelococcygia, or Letters from Paradise, una fantasía entre onírica y tanatológica, con pinceladas metafísicas, publicada en 1929 en Carmarthen (Gales) por W. Spurrell & Son, y cuyo autor es Herbert Millingchamp Vaughan. El libro lleva una dedicatoria: Ad piam memoriam Carolinae Vaughan quae obiit die XIIImo mensis aprilis MDCCCCXXVIII et cujus per pecuniam haec opera imprimere potuit auctor. El título hace referencia a una palabra que sale en la comedia de Aristófanes Las Aves, y que viene a significar "la ciudad de los cucos en las nubes". Acerca de la vida de Vaughan poco he podido averiguar. Nació en 1870 y alcanzó cierta notoriedad como historiador. Es autor de libros sobre los Estuardos, los papas Medici, Florencia, la Riviera de Nápoles y Gales. Escribió también poemas y relatos (de hecho el volumen Nephelococcygia se completa con seis cuentos y una "fantasía en verso"). Murió en 1948.
En la actualidad es difícil ver incluido a Vaughan en enciclopedias y manuales de literatura. Su nombre se ha eclipsado. Imagino que en algún momento debió de sentirse atraído por Italia y sus bellezas físicas y artísticas, residiendo allí algún tiempo. Posiblemente John A. Symonds, que aparece en el mencionado libro, tuviera algo que ver en la decisión. Autor de Renaissance in Italy (1875-76), influyó en aquellos estetas de fines del XIX y principios del XX que iban a la península como quien hace una peregrinación pagana. Symonds era homosexual, como también lo eran otros conspicuos italianófilos que se quedaron a vivir allí, como Norman Douglas y Violet Paget (para las letras Vernon Lee). ¿Lo era también Herbert M. Vaughan? No lo sé. Tampoco es que importe mucho. Lo que sí sé es que a él debo la lectura de una de las obras literarias más raras -en su doble acepción de extraña y difícil de encontrar en el mercado- que haya tenido en mis manos. Y eso es de agradecer.
Nunca había oído hablar del autor ni del libro. Extraño argumento, sí.
ResponderEliminarAunque, si no hay mujeres, prefiero no ir a ese Paraíso...