Píldoras melvillianas


 

La ociosidad es el trabajo más arduo del mundo. (White-Jacket, 1850).

 

Un barco es un pedazo de tierra firme separado del continente; es un Estado en sí mismo, y el capitán es el rey. (Ibídem). 

 

La mejor manera de vivir es la más fácil. (Bartleby, el escribuiente, 1853).

 

Por mucho que se adentran los geólogos en las profundidades del mundo, no hallan más que estratos sobre estratos. Hasta su eje, el mundo no consiste más que en superficies superpuestas. Con gran esfuerzo excavamos en la pirámide; con pesados palos de ciego llegamos a la cámara central, con gran júbilo divisamos el sarcófago; pero cuando levantamos la tapa... ¡No hay nadie dentro! ¡Tan terriblemente vacua como inmensa es el alma del hombre! (Pierre o las ambigüedades, 1852).

 

¿Cómo es posible que algunos libros se consideren perniciosos y su venta se prohíba, y no se haga lo propio con los sueños de hombres complacientes y sus hechos mortíferos? Aquellos a quienes hacen daño los libros no están a salvo de los acontecimientos. Son los acontecimientos los que deberían prohibirse y no los libros. (Las Encantadas, 1854).

 

¿Quién puede dibujar en el arcoíris una línea en la que el tinte violeta acaba y empieza el naranja? Distinguimos perfectamente los colores, pero ¿dónde se encuentra exactamente el punto ciego en que un color deviene otro? Lo mismo ocurre con la locura y la cordura. En los casos más agudos, no cabe duda. Pero en casos en que el grado es, supuestamente, menos pronunciado, pocos se atreven a dibujar una línea de demarcación, salvo aquellos expertos profesionales que lo hacen a cambio de un estipendio. No hay nada en este mundo que los hombres no estén dispuestos a nacer por dinero. (Billy Budd, 1891).  

 

(Herman Melville, Fragmentos. Editorial Flâneur, 2024).  

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