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El crítico


 

El crítico, que no es, ni tiene por qué ser, un santo, sabe consciente o inconscientemente (en este último caso, o es tonto o se hace) que su quehacer se produce dentro de un mercado y que, por lo tanto, le es necesario convertir su trabajo en mercancía y, lo que es más importante, él mismo, en cuanto productor, como crítico en este caso, se verá constreñido a convertirse en mercancía, es decir a adquirir prestigio, legitimidad, reconocimiento, valor de uso y valor de cambio. La tentación del crítico es intentar conseguir estas metas que el propio mercado le impone por medios ilegítimos: halagando a los poderosos, subiendo el tono con los débiles, alabando el sol que más calienta, no molestando a quien no se debe molestar, mezclando el interés espurio con la amistad o callando cuando el silencio sea lo más diplomático, es decir, teniendo miedo, o peor, haciendo rentable este miedo. Identificando la objetividad con el nadar y guardar la ropa, la imparcialidad con el cinismo o el oportunismo, la falta de criterio con la servidumbre y el acomodo, o la argumentación con la defensa de su propio estatus. Jugando a ser incoloro, inodoro e insípido para poder servir de mezcla a todos los vinos que se sirven en la mesa. Disfrazando el juicio de prudencia social. Llamando humildad al temor a perder el poder. El riesgo del crítico es el miedo, el miedo al poder, al suyo, que es poco pero es poder, y al de los otros, que siempre es mayor que el suyo. 

(Miseria y gloria de la crítica literaria. Edición y prólogo de Constantino Bértolo. Punto de Vista Editores, 2022).

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Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra

Bennett sobre "Ulises"

He aquí una foto clásica. Está tomada en la trastienda de la librería Shakespeare and Company, en París, poco después de la publicación de Ulises de James Joyce. En la foto aparecen Sylvia Beach (izquierda), propietaria de la librería y editora de la novela, y su autor (derecha). Me gustaría, sin embargo, que se fijaran en el cartel que hay detrás: ARNOLD BENNETT ON "ULYSSES".  Bennett fue un prolífico escritor inglés, autor de novelas como Los Clayhanger , Ana de las Cinco Villas o Cuentos de viejas , que alcanzaron en su tiempo enorme popularidad y fueron auténticos bestsellers. Seguidor de la gran tradición novelística del siglo XIX, sus obras iban destinadas preferentemente al llamado gran público, lo cual no quiere decir que no se preocupara por el estilo o la forma narrativa. Para Virginia Woolf y el círculo de Bloomsbury, Bennett representaba el lado más aborrecible de la narrativa y, en consecuencia, era no solo minusvalorado sino desdeñado (se burló de él en el ensa