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El crítico


 

El crítico, que no es, ni tiene por qué ser, un santo, sabe consciente o inconscientemente (en este último caso, o es tonto o se hace) que su quehacer se produce dentro de un mercado y que, por lo tanto, le es necesario convertir su trabajo en mercancía y, lo que es más importante, él mismo, en cuanto productor, como crítico en este caso, se verá constreñido a convertirse en mercancía, es decir a adquirir prestigio, legitimidad, reconocimiento, valor de uso y valor de cambio. La tentación del crítico es intentar conseguir estas metas que el propio mercado le impone por medios ilegítimos: halagando a los poderosos, subiendo el tono con los débiles, alabando el sol que más calienta, no molestando a quien no se debe molestar, mezclando el interés espurio con la amistad o callando cuando el silencio sea lo más diplomático, es decir, teniendo miedo, o peor, haciendo rentable este miedo. Identificando la objetividad con el nadar y guardar la ropa, la imparcialidad con el cinismo o el oportunismo, la falta de criterio con la servidumbre y el acomodo, o la argumentación con la defensa de su propio estatus. Jugando a ser incoloro, inodoro e insípido para poder servir de mezcla a todos los vinos que se sirven en la mesa. Disfrazando el juicio de prudencia social. Llamando humildad al temor a perder el poder. El riesgo del crítico es el miedo, el miedo al poder, al suyo, que es poco pero es poder, y al de los otros, que siempre es mayor que el suyo. 

(Miseria y gloria de la crítica literaria. Edición y prólogo de Constantino Bértolo. Punto de Vista Editores, 2022).

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Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra