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Excentricidades de Heliogábalo

 


Convidaba muchas veces Heliogábalo a sus truhanes y aun a otros chocarreros, y después de que se asentaban a la mesa hacíales poner panes y carnes y frutas y otros manjares preciosos, y éstos eran no verdaderos para que los pudieran comer, sino pintados en tablas para los poder ver y tocar, y lo que es más, que a cada manjar que les ponían pintado habían de beber y se lavar las manos como si de comer estuvieran sucios. Hizo una vez un convite público en el campo de Marcio para el cual hizo venir ocho hombres calvos, y ocho gotosos, y ocho bizcos, y ocho tuertos, y ocho negros, y ocho gordos, y ocho flacos, y ocho gigantes y ocho enanos; y a los gotosos hacía comer en pie, a los gigantes ponía las mesas bajas, y a los enanos muy altas, y a los tuertos ponía el manjar hacia el ojo tuerto, y a los gordos hacía estando en pie que comiesen en el suelo, y a los negros mandaba que atadas atrás las manos comiesen con las bocas, por manera que a cada convidado le entraba lo que comía en mal provecho. Concertaron él y otros romanos viciosos un género de convite muy monstruoso, y fue que se pusieron seis dellos encima del Capitolio y seis en su palacio y seis en el Monte Celio y seis en la Torre de Adriano y seis tras Tíberin y  seis a la puerta salinaria, y tenían sendas trompetas en las manos y todos comían de un manjar y había de beber de un vino, y a un mesmo tiempo, y entre manjar y manjar habían de lavarse las manos y adulterar con sus amigas; y porque supiesen los unos lo que habían de hacer los otros tocaban entre sí las trompetas e instrumentos.   

(Fray Antonio de Guevara, Década de Césares, 1539).

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Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra