Ir al contenido principal

Herido por Cupido don Armado presiente poemas





Trabajos de amor perdidos es una comedia temprana de William Shakespeare, sin duda la más refinadamente formalista, llena de alambicados juegos de palabras, dobles sentidos, ingeniosos dichos, poemas abstrusos y referencias clásicas. Si ya en su día se consideró un entretenimiento destinado a un público cortesano, minoritario y cultivado, en la actualidad su sentido tiende a escapársenos a no ser que la edición vaya acompañada de copiosas anotaciones a pie de página.
La obra contiene un personaje memorable: Don Adriano de Armado, un caballero español, fantasioso y enamoradizo, que viene a ser una especie de etnotipo del español para el público inglés que todavía tenía presente la derrota infligida a la Armanda Invencible (el apellido Armado es una clara alusión a la misma). Al final del acto I, escena II, Adriano de Armado da rienda suelta a su enamoramiento de la aldeana Jaqueneta a través de un parlamento trufado de expresivas y vehementes palabras (la traducción es de José María Valverde):

ARMADO. Amo hasta el mismísimo suelo (que es bien bajo), donde su zapato (que es más bajo), guiado por su pie (que es lo más bajo), va caminando. Si amo seré perjuro; lo que es una gran prueba de falsía. ¿Y cómo puede ser verdadero el amor que se intenta con falsía? El amor es un demonio familiar; el amor es un diablo; no hay ángel malo sino el amor. Sin embargo, así fue tentado Sansón, y tenía admirable fuerza: sin embargo, así fue seducido Salomón, y tenía muy buen ingenio. La flecha de Cupido es demasiado dura para la maza de Hércules, y por tanto, lleva demasiada ventaja a la espalda de un español. La primera y segunda causa de desafío no me sirven: no respeta la pasada, no atiende lo que es duelo: su vergüenza es ser llamado niño, pero su gloria es someter hombres. ¡Adiós, valor! ¡Enmohécete, espada! ¡Guarda silencio, tambor! Pues el que os maneja está enamorado: ¡sí, ama! Ayúdeme algún extemporáneo dios de la rima, pues estoy seguro de que produciré un soneto. Discurre, ingenio; escribe, pluma; pues estoy como para enteros volúmenes en folio. (Se va.)  

¡Ay, el amor que hace nacer la poesía! 

Comentarios

Entradas populares

Criterion

  Sin lugar a dudas, The Criterion , fundado y editado por T. S. Eliot en 1922, es una de las mejores revistas literarias británicas del siglo XX. La nómina de colaboradores que tuvo este magazine trimestral, hasta su último número publicado en 1939, conforma un catálogo bastante representativo de lo más granado de la intelectualidad, no solo británica, del período de entreguerras. En sus páginas escribieron luminarias como Pound, Yeats, Proust o Valéry, por citar solo cuatro.   El primer número de The Criterion , salido en octubre de aquel annus mirabilis , es realmente impactante y marca el sello característico de su editor, expresado a través de sus "Commentary"; a saber, la compatibilidad entre una ideología ideología católica y conservadora y una defensa a ultranza de la vanguardia modernista. En este ya mítico número 1, se incluye, por ejemplo, la primera aparición en letra impresa de The Waste Land de Eliot, y la crítica encomiástica de Valéry Larbaud del Ulises, de

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra

Bennett sobre "Ulises"

He aquí una foto clásica. Está tomada en la trastienda de la librería Shakespeare and Company, en París, poco después de la publicación de Ulises de James Joyce. En la foto aparecen Sylvia Beach (izquierda), propietaria de la librería y editora de la novela, y su autor (derecha). Me gustaría, sin embargo, que se fijaran en el cartel que hay detrás: ARNOLD BENNETT ON "ULYSSES".  Bennett fue un prolífico escritor inglés, autor de novelas como Los Clayhanger , Ana de las Cinco Villas o Cuentos de viejas , que alcanzaron en su tiempo enorme popularidad y fueron auténticos bestsellers. Seguidor de la gran tradición novelística del siglo XIX, sus obras iban destinadas preferentemente al llamado gran público, lo cual no quiere decir que no se preocupara por el estilo o la forma narrativa. Para Virginia Woolf y el círculo de Bloomsbury, Bennett representaba el lado más aborrecible de la narrativa y, en consecuencia, era no solo minusvalorado sino desdeñado (se burló de él en el ensa