Fría mañana

Maeve Brennan (1917-1993)

Son las cinco de la mañana, hace doce grados bajo cero y acabo de volver al hotel tras una visita a Bickford's, donde me he tomado un café. El ascensorista ha tenido que abrirme para que saliera. Las puertas exteriores del hotel están cerradas por razones de seguridad y en el pequeño vestíbulo, entre las puertas interiores y las exteriores, subía tal ráfaga de aire caliente que me alegró salir al helado exterior. No hace viento. La mañana es silenciosa y oscura, con el toque de ansiedad que surge en la espera. Ya es hora de que empiece el día. De momento, mientras me apresuraba por la esquina para llegar al iluminado Bickford's lo más deprisa posible, he visto que la avenida -la Sexta- estaba desierta de tráfico y peatones. Era un alto y angular oasis de quietud, muy duro y remoto en su perfil, pero no antipático. Ni siquiera podía oir mis pasos. Llevo una botas mukluk forradas de piel que compré en Lord & Taylor, y ando sin hacer ruido. No he mirado al cielo en busca de la luna o las estrellas, pero he echado una rápida ojeada a la Sexta Avenida y he visto que en el uptown seguía brillando un bosquecillo blanco de árboles de Navidad, que parecía alto incluso contra los elevados acantilados de cristal que podrían eclipsarlos.

(Maeve Brennan, Crónicas de Nueva York. Traducción de Isabel Núñez, Ediciones Alfabia, 2011) 

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