Ir al contenido principal

El pasado nunca muere




En Réquiem para una mujer (Requiem for a Nun, 1951) Faulkner retoma personajes de Santuario y los sitúa años después en Jefferson, donde tiene lugar el juicio contra Nancy Mannigoe, niñera negra de la hija de Temple Drake y Gowan Stevens, ahora casados, acusada de haber estrangulado a la pequeña. El abogado Gavin Stevens, que veíamos en Gambito de caballo e Intruso en el polvo, ejerce su defensa. La novela -una historia de culpa, remordimiento y redención- tiene una estructura dramática, en tres actos. No es extraño que en 1956 Albert Camus hiciera una adaptación teatral de ella.
Cada uno de los actos lleva un prólogo en el que se narra el origen y desarrollo de las ciudades de Jefferson y Jackson, así como el establecimiento del tribunal de justicia y de la cárcel. Es en estas largas introducciones donde la prosa de Faulkner brilla de una manera esplendorosa, especialmente en "La cárcel (Ni siquiera en total desamparo...)", del tercer acto, que constituye un auténtico tour de force por su larguísmo aliento: la primera frase tiene apenas cuatro líneas; la segunda, que se prolonga hasta el final del prólogo, abarca 37 páginas (de la edición argentina  de Emecé Editores, 1952. La dos únicas ediciones españolas que conozco son en catalán, Rèquiem per una monja, 1967y 1984; traducción de Hortènsia Curell de Carbonell).
La frase más memorable de Réquiem para una mujer es la que pronuncia Gavin Stevens: "El pasado nunca muere". Ni siquiera pasa". Lo mismo puede decirse de Faulkner, para quien el pasado pervive en cada momento de nuetras vidas. "Mi ambición -dijo en cierta ocasión- es ponerlo todo en una sola frase; no solo el presente sino todo el pasado del que depende y sigue adelantando al presente segundo a segundo". 
 
  

Comentarios

Entradas populares

Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra