Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta
Una casa que no debió desagradar al autor. En un viaje a Londres, un día que compré de segunda mano, El agente secreto, iba camino del hotel cuando descubrí la casa en la que vivió en Londres, en Belgravia. Desde la habitación podía ver la entrada pintada de color azul. Lo interpreté como una señal, aunque a día de hoy no he avanzado en su significado.
ResponderEliminarLa próxima vez que vaya a Londres trataré de acercarme a su casa de Belgravia. A ver qué señales o sensaciones me produce.
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