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Mineros


Llegamos al punto, al tajo, un espacio de poco más de dos metros de diámetro en medio de una gigantesca veta de carbón que el picador enfrentaba de pie. Por delante, una irregular y brillante pared negra que el martillo, empejado por el brazo robusto del minero, perforaba sin cesar.
El ensordecedor ruido, el polvo negro que lo invadía todo, la brutalidad del impacto de aquel martillo neumático sobre la pared de carbón, la descomunal fuerza del minero, nos dejaron atónitos (...).
Era el trabajo que realizaba todos los días aquel hombre. No dejó de hacerlo, por cierto, durante los cinco minutos que nos tuvo detrás, acurrucados. Sólo nos dedicó un gesto con la mitrada cuando llegamos a su altura. Sus ojos verdes parecían olivinas enormes. Luego siguió a su faena, sin detenerse, con toda la naturalidad del mundo. Haciendo su trabajo.

(Juanjo Barral, Ya entiendo, La Última Canana de Pancho Villa, 2012)

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Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

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