Ir al contenido principal

Un poema de De Andreis


CORONACIÓN DEL ÚLTIMO EMPERADOR DE BIZANCIO


El 6 de enero de 1449 en la Iglesia Metropolitana de Mistra, en Morea, Constantino Dragasés Paleólogo fue coronado emperador mientras Bizancio, asediada por el ejército turco, estaba a punto de sucumbir. Constantino cayó defendiendo la capital el día en que el enemigo esntraba en ella.

En el atrio inundado de mañana,
meláncólico adiós a las laderas,
al cambio sosegado de las mieses.
El cauce del Eurotas
oscuro brilla y corre en la llanura
de Esparta, el aire límpido
de la cumbre nevada se detiene
por la pendiente, sobre los palacios,
sobre almenas y cúpulas y torres.

Acongojado entrar
en el destino osado,
cruzando firmemente
un triste umbral hundido.
En la dorada iglesia, estéril fasto,
oropeles y sedas encendidas,
metales sin valor, opacas piedras,
vana pompa marchita del imperio.

El grave salmodiar tiene un lamento
de irremediable pérdida.
Una vida se ofrenda en holocausto
por Bizancio, la hermosa,
del Señor la elegida, la perenne,
la que guardó la llama,
a la belleza dio clara acogida,
y al pensamiento helénico refugio.

Hay un lúgubre frío en la corona,
mas no de ofrenda inútil, malograda.
Una franja de sol de Epifanía
reluce sobre el oro
con la última sonrisa de Morea.

(Ester de Andreis, Pastor en Morea, Ínsula, Madrid, 1961)

Comentarios

  1. Un hermoso poema sobre una tragedia histórica casi olvidada.

    ResponderEliminar
  2. Cierto, y un poema que, en cierto modo, evoca un clima kavafiano.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares

Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra