Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta
Esta entrada suya desmerece algo de su hermoso blog. Nosotros aqui leyendo literatura mientras trocean a los albinos en Tanzania, ahorcan a homosexuales y a menores de edad en Irán, cortan los dedos de mujeres que querían llevar las uñas pintadas en Afganistán, cientos de personas son asesinadas en Sudán y en la República Democrática del Congo. Y llevamos muchos años así.
ResponderEliminarUn saludo
Jorge Martín
Lamento disentir. Me parece que J.O. apunta a las instituciones, a la organización estructurada de las sociedades y no a la actuación indiscriminada e individual de cada uno. De ser esto último, estimado Jorge, su respuesta a este blog sería incoherencia pura: no sé qué hace que no hace algo para parar lo de Darfur, por ejemplo. Pero J.O. no dice, me parece, eso.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Creo que FPC ha captado lo que quería decir. Pero admito, con J.M., que mi entrada puede entenderse de otra manera, aunque no fuera esta mi intención. En cualquier caso, gracias por vuestras observaciones.
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