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Vernon Lee

A lo largo de su vida publicó unos cuarenta y cinco libros. Escribió novelas, cuentos, ensayos, diálogos y piezas teatrales, impresiones de viaje y estudios sobre arte, arquitectura, música, psicología, estética, literatura… Fue una verdadera woman of letters. Sus libros nunca fueron best sellers, ni gozaron enteramente del prestigio académico, pero en su día lograron el favor, y el fervor, de un público minoritario pero cultivado. Su primer libro, Studies of the Eighteenth Century in Italy (1880), escrito cuando apenas tenía veinticuatro años, sorprendió a los especialistas por su erudición y capacidad de recrear los ambientes musicales dieciochescos. En la actualidad la mayoría de sus libros no están reeditados, siendo recordada más que por sus estudios y ensayos, por sus relatos de ficción, los cuales constituyen una pequeña parte de su obra, y no precisamente la que ella más apreciaba. No obstante, algunos de sus cuentos de fantasmas y de carácter sobrenatural, como “El príncipe Alberico”, “La voz maligna”, “El fantasma enamorado” o “Amour dure”, figuran con todo merecimiento en antologías del género fantástico y de terror. Por el contrario, su obra de “no ficción” es hoy en día prácticamente desconocida. A este respecto, una antología que recogiera algunos de sus mejores ensayos de viaje y otros textos sobre arte y literatura, a buen seguro proporcionaría una visión más completa y representativa de su amplia obra literaria.

(Nota: Este es un fragmento del artículo "Vernon Lee, o la vida como una jardinería", cuyo autor es un servidor, y que aparece en el último número, 76, de la revista Clarín)

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Antillón

  Con el placer de costumbre leo en Lecturas y pasiones (Xordica, 2021), la más reciente recopilación de artículos de José Luis Melero, una referencia al geógrafo e historiador Isidoro de Antillón y Marzo, nacido y muerto en la localidad turolense de Santa Eulalia del Campo (1778-1814). Antillón fue un ilustrado en toda regla, liberal en lo político, que difundió sus ideas, entre ellas el antiesclavismo, a través de diversas publicaciones. Sus obras más relevantes son las de carácter geográfico, entre las que destaca Elementos de la geografía astronómica, natural y política de España y Portugal (1808). En esta obra se muestra crítico con otros geógrafos españoles (caso de Tomás López) y con los extranjeros que escribían sobre España (a excepción del naturalista Guillermo Bowles). Gracias a Jovellanos Antillón llegó a ser elegido diputado por Aragón en las Cortes de Cádiz. A su amigo y protector le dedicó Noticias históricas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos , impreso en Palma de Mall

Como un río de corriente oscura y crecida

  Era un panorama extraño. En Barcelona, la habitual multitud nocturna paseaba Rambla abajo entre controles de policía regularmente repartidos, y la habitual bomba que explotaba en algún edificio inacabado (a causa de la huelga de los obreros de la construcción) parecía arrojar desde las calles laterales perqueñas riadas de gente nerviosa a la Rambla. Los carteristas, apaches, sospechosos vendedores ambulantes y relucientes mujeres que normalmente pueden verse en las callejuelas se infiltraban entre las buenas familias burguesas, las brigadas de obreros de rostro endurecido, las tropillas de estudiantes y jóvenes que deambulaban por la ciudad. La multitud se desparramaba lentamente por la Rambla, como un río de corriente oscura y crecida. Apareció un ejército de detectives, de bolsillos abultados, apostados en cada café, vagueando por la Rambla y enganchando, de un modo vengativamente suspicaz, a algunos transeúntes elegidos por alguna singular razón, hasta el punto de que incluso esta

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra