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Islas desaparecidas

En julio de 1831 surgió tras un terremoto en el estrecho de Sicilia, a medio camino entre Pantelleria y la costa siciliana, una pequeña isla volcánica que se elevó hasta 72 metros. La nueva isla pronto fue objeto de disputa entre países que reclamaban para sí el nuevo territorio. En el reino de las Dos Sicilias se apresuraron a darle el nombre de Ferdinandea, en honor al rey Fernando II de Borbón; Gran Bretaña intervino en la puja y la llamó Graham Island; y Francia envió una expedición, en la que viajaba el geólogo Constant Prévost, y la bautizó como Isla Julia.
Tras unos meses de constantes discusiones y forcejeos de repente cesaron las reclamaciones: a finales de aquel año, la isla desapareció de la vista. Desde entonces ha vuelto a asomarse un par de veces cerca de donde estuvo y vuelto a sumergirse con suma rapidez. La misteriosa isleta fue visitada en su día por Walter Scott e inspiró narraciones a Alejandro Dumas y Julio Verne. Del suceso también tuvo noticia el escritor norteamericano John Fenimore Cooper, quien tal vez se inspiró en él para escribir The Crater, or Vulcan’s Peak (1847).
El protagonista de esta novela es Mark Woolston, un marino que viaja al océano Pacífico, el buque naufraga y él encuentra refugio en una isla coralina. Un día, tras terribles temblores de tierra, ve cómo surge de las aguas una montaña volcánica –el Pico de Vulcano- de unos 1000 pies de altura. Tras una serie de peripecias, la isla es colonizada por Mark, su mujer y otras personas. Fatalmente, al cabo de unos pocos años la isla se hunde con estrépito en el océano y con ella los utópicos sueños de sus fugaces habitantes.
Por cierto, la base científica de la novela es la teoría de los cráteres de elevación (“Erhebungs Theorie”), propuesta por el geólogo alemán Leopold von Buch (1774-1853), muy en boga en la época hasta que fue desplazada por la teoría de la subsidencia de Darwin.

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