Has hecho que hablen demasiado de ti, de tu perfume, de tu
belleza. ¡No vale la pena! Pero que conste, desde ahora,
que mi instinto ha sido siempre el de estropearte; que
te he deshojado, que te he estrujado dentro de la mano hasta dejarte
sin respiración, que no te he respetado con aquella especie
de adoración estúpida con la que te nombran los otros, con
la que hablan de ti unos cuantos poetas desgraciados que también
has seducido. ¡Ya nos conocemos! Conozco bien tus encantos,
tus artes, tu perversidad, ¡y no me pillarás! Tu eres una
de aquellas chicas que toda la vida parecen decirte sí, te dan
esperanzas, van pasando el tiempo y te doblan el espinazo
inútilmente. Conozco tu colección de vestidos esplendorosos,
tus faldas innumerables: pero los muslos, no los encontramos jamás.
¡Ya está bien de tu imperio, de tu tiranía! Me avergüenzo
de haberme dejado, por un momento, llevar por la música de tu
rostro. Si te encuentro otra vez te magullaré, como cuando era
niño, te lanzaré a un charco y te llamaré por tu nombre
verdadero, porque eres ¡la puta rosa!
El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí. En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra
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