Ir al contenido principal

Firbank

Pocos escritores me atraen y me repelen tanto a la vez como Ronald Firbank, autor de novelas como Capricho, Valmouth y En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli. Difícilmente deja indiferente al lector. Osbert Sitwell dedica a Firbank una afectuosa semblanza en su libro Noble Essences, or Courteous Revelations (1950). Le recuerda –“a litle of a shy, charming, sad, comic and altogether unusual personality”- como un asiduo del Café Royal o el Eiffel Tower de Londres, tomando raciones minúsculas y observando a la variopinta clientela con su porte de dandy.
La flor pisoteada (1923) es una de sus obras más características. Lleva por subtítulo “La historia de la juventud de Santa Laura de Nazianzi y de la época que la vio nacer” y, como de costumbre, el argumento –descabellado y volátil-, el escenario –un improbable país imaginario- y los personajes –cortesanos, aristócratas, cardenales y monjas de estrafalarios nombres- constituyen, junto a los alfilerazos contra la monarquía, la diplomacia y la religión, la esencia del inconfundible mundo firbankiano. Su estilo, barrocamente recargado, puede llegar a cansar incluso en dosis moderadas, pero a la postre resulta mucho más atrevido que el de otros autores contemporáneos. Sus descripciones suelen estar plagadas de imágenes queer que oscilan entre el camp y el kitsch:

“En tanto, Madame Wetme se hallaba sentada, anhelante, junto al samovar en su sala de espera. Para recibir a la Duquesa había elegido un mashak à la mode, tras blanquearse el rostro y arrebolarse las orejas; además se colocó un diminuto, pero costoso, aigrette de modo insinuante entre el peinado. Como la hora del Angelus se aproximaba, la tensión debida a la espera crecía más y más agudamente, y bajo el nerviosismo de la expectativa, hasta los pequeños pastelillos azucarados que estaban sobre la mesa lucían pálidos por la preocupación.”

Los diálogos
son otra de sus bazas distintivas, y en un pasaje de la novela el autor no tiene reparos en citarse con ironía:

“¡Supongo que me estoy volviendo muy descontentadiza! Pero a ese Ronald Firbank no lo soporto. ¡Valmouth! ¿Hubo alguna vez una novela más ordinaria? Y os aseguro que no lo insulto lo suficiente.”
“Está pasado de moda –dijo Mistress Bedley suavemente-, al igual que –agregó- el resto de ellos.”
“Una vez lo conocí –dijo Miss Hopkins, dilatando levemente la retina de sus ojos-. ¡Me dijo que escribir libros era, sin duda, algo fácil!”

Firbank: un escritor que no desentona en medio de sus excéntricos personajes de ficción.

Comentarios

Entradas populares

Criterion

  Sin lugar a dudas, The Criterion , fundado y editado por T. S. Eliot en 1922, es una de las mejores revistas literarias británicas del siglo XX. La nómina de colaboradores que tuvo este magazine trimestral, hasta su último número publicado en 1939, conforma un catálogo bastante representativo de lo más granado de la intelectualidad, no solo británica, del período de entreguerras. En sus páginas escribieron luminarias como Pound, Yeats, Proust o Valéry, por citar solo cuatro.   El primer número de The Criterion , salido en octubre de aquel annus mirabilis , es realmente impactante y marca el sello característico de su editor, expresado a través de sus "Commentary"; a saber, la compatibilidad entre una ideología ideología católica y conservadora y una defensa a ultranza de la vanguardia modernista. En este ya mítico número 1, se incluye, por ejemplo, la primera aparición en letra impresa de The Waste Land de Eliot, y la crítica encomiástica de Valéry Larbaud del Ulises, de

Premio Nadal 1944

El jurado del primer Premio "Eugenio Nadal" (Café Suizo, Barcelona, 6 de enero de 1945). De izquierda a derecha: Juan Ramón Masoliver, Josep Vergés, Rafael Vázquez Zamora, Joan Teixidor e Ignacio Agustí.  En un artículo titulado "Premios literarios, cartas marcadas", publicado recientemente en un diario digital su autor Daniel Rosell analiza el trasfondo de premios tan prestigiosos como el Nadal y el Planeta a lo largo de su ya larga historia. Refiriéndose al primero de ellos, Rosell escribe: "Siempre hay alguien que recuerda que el el primer premio Nadal lo ganó una desconocida Carmen Laforet, que se impuso a González Ruano, a quien se le había garantizado el premio." Y añade: "Es emotivo, incluso tiene elementos épicos la historia de una joven desconocida que se alza con un galardón literario al que aspiraban los nombres -todos masculinos- consagrados de las letras de entonces, pero ¿por qué no poner el acento en González Ruano? (...) En otra

Pìanos mecánicos

De Los organillos , de Henri-François Rey, publicada a principios de los años sesenta, recordaba más su versión cinematográfica, titulada Los pianos mecánicos como el original francés, que la propia novela. Yo estaba en Cadaqués el verano en que se rodó la película, y tuve la ocasión de ver de cerca a dos de sus intérpretes más conocidos: James Mason y Hardy Krüger. La protagonista femenina era Melina Mercouri, pero a ella no tuve la suerte de verla. El filme lo dirigió Juan Antonio Bardem y, aunnque no es una de sus mejores películas, sí es una de sus producciones internacionales de más éxito comercial. A Henri-François Rey, que pasaba largas temporadas en Cadaqués (Caldeya en la ficción), también lo  tenía visto por el bar Marítim o el café Melitón (título, por cierto, de su última novela). En su momento la novela fue un éxito de ventas y de crítica (llegó a finalista del Goncourt y ganó el Interallié).Leída al cabo de los años puedo asegurar que no solo se sostiene muy bien